El exalbiazul Jorge Valdano se encargó de dejar claro hace ya unos cuantos años que lo que sucede en el fútbol profesional depende, en gran medida, de los estados de ánimo de sus protagonistas. Unos sentimientos que acostumbran a condicionar de manera decisiva la puesta en escena de los jugadores de manera individual y de los equipos como colectivo. Con esta premisa por bandera, el Deportivo Alavés tratará este domingo de que este aspecto fundamental en el juego se incline a su favor. Porque lo cierto es que el estadio de Mendizorroza acogerá un duelo entre dos conjuntos en un estado claramente contrapuesto.

Por un lado El Glorioso, acuciado por la máxima necesidadEl Glorioso de sumar victorias que le permitan escapar de las posiciones de descenso que ocupa en la actualidad. Y, por otro, un Celta de Vigo instalado en un remanso de tranquilidad tras su convulso arranque de temporada con Óscar García en el banquillo. La llegada del argentino Coudet permitió a la escuadra gallega reconducir su rumbo y acceder a la zona media de la tabla en la que se encuentra. A falta de diez jornadas para la conclusión del campeonato, el equipo vigués tiene ya virtualmente asegurada la permanencia y, del mismo modo, soñar con una hipotética clasificación europea es un sueño imposible.

Los gallegos, por lo tanto, se mueven dentro de una tierra de nadie que puede resultar útil a los intereses albiazules. Porque, evidentemente, nadie afronta con la misma intensidad un encuentro en el que se juega la vida que otro en el que el resultado no deparará ningún tipo de consecuencia. Un argumento que el combinado de Abelardo debe tratar de poner sobre la mesa desde el minuto uno para ayudar a su oponente a pensar en compromisos futuros que le requieran menos esfuerzo que tratar de someter a un adversario con el cuchillo entre los dientes que no está dispuesto a permitir la más mínima concesión.

Y es que el Alavés no puede permitirse que su actual deriva negativa se prolongue en el tiempo si desea tener opciones de conservar la categoría. No gana desde el pasado 5 de febrero y pese a que en sus últimas comparecencias ha evidenciado una mejoría significativa en su juego, la dura realidad es que únicamente se ha traducido en el punto conseguido gracias al empate (1-1) frente al Cádiz. Como consecuencia el panorama se ha complicado sobremanera para la escuadra del Paseo de Cervantes y la visita del Celta se presenta como el escenario de la imprescindible reacción.

Una respuesta que, al margen de los necesarios argumentos futbolísticos, debe pasar por demostrar en todo momento sobre el césped cuál de los dos contendientes se juega más en el envite. El Celta no puede encontrar el más mínimo resquicio para soñar con un encuentro cómodo y El Glorioso ha de dejárselo claro en cada balón dividido e imponiendo una marcha más en todas sus acciones.

Porque, al margen de ser la fórmula más fiable para hacerse acreedor a los tres puntos vitales que se pondrán en liza, es también la mejor manera de evitar que la situación de un vuelco inesperado y sea el Celta quien haga jugar los diferentes estados anímicos a su favor. Porque de la misma manera que la posible relajación celeste puede convertirse en el mejor aliado albiazul en esta trascendental cita, igualmente una mala gestión de la presión y los nervios por parte vitoriana podría obligarle a pagar un factura muy cara.

De esta manera, los discípulos de Abelardo tienen que evitar a toda costa caer en la trampa de pensar que el partido se resolverá a las primeras de cambio. De no hacerlo, el peligro de incurrir en un exceso de revoluciones saltaría a la palestra y el Celta se encontraría con un escenario ideal para hurgar en la herida vitoriana esperando pacientemente que se produjera algún error letal en las filas gasteiztarras. Parece claro, por lo tanto, que el del domingo será un partido de fútbol pero también una prueba de control sobre el estado de ánimo propio y cómo lograr sacar beneficio del que presenta el rival.