- Triste. No hay otra palabra que defina mejor el paso de Asier Garitano por el Deportivo Alavés. Si la pretensión final de un entrenador es que su equipo tenga un sello propio y reconocible y que sus jugadores mejoren a sus órdenes, el preparador de Bergara ha fracasado en Mendizorroza. Si el inicio de la temporada resultó esperanzador, todo el entramado se vino abajo a las primeras de cambio con una deplorable imagen a domicilio que se convertiría en constante invariable desde entonces.

Agarrado a Mendizorroza, donde hasta las últimas semanas se había disfrutado de cierta regularidad, y al resultadismo de un equipo incapaz de despegar, pero también resistente al hundimiento. Se le contrató para asegurar la permanencia, en ningún momento ha pisado la zona roja -la peor clasificación, el decimoséptimo puesto tras las jornadas sexta y octava- y todo hacía indicar que iba a conseguir dicho objetivo, pero la grave crisis actual y la imagen de un Glorioso a más no poder se lo han llevado por delante después de no haber sido capaz de pulsar la tecla que activase el juego del colectivo, lo que activó desde muy pronto una desconfianza en su figura que no ha logrado disipar.

Porque, a fin de cuentas, el sello que Garitano pretendía imprimir en el Alavés no se ha visto en casi ningún momento. El recuerdo de su Leganés sólido, comprometido y sacrificado, un equipo al que era muy difícil meterle mano a pesar de andar justo de talento, no se ha plasmado en Vitoria. La única excepción la marcan un puñado de encuentros en Mendizorroza, flotador de resultados a cada crisis que ha ido apareciendo hasta este final del curso en el que ese factor ha quedado difuminado por completo.

Si la seguridad defensiva es una virtud que en el club se imprimió a fuego de la mano de Natxo González y tuvo su continuidad con todos los entrenadores que han firmado éxitos como albiazules desde entonces, Garitano, un entrenador de ese mismo perfil, no la ha encontrado en ningún momento. Con 51 goles encajados, el conjunto albiazul presenta sus peores registros en este apartado en la actual andadura en Primera, pero no solo a estas alturas de curso, sino con las temporadas ya finalizadas. En la 2016-17 llevaba recibidos 41 en 35 jornadas y acabó con 43; en la 2017-18 acumulaba 48 y terminó con 50; y en la última, la 2018-19, llevaba 45 y alcanzó también el medio centenar. Cifras todas ellas rebasadas ya aún con cuatro partidos por disputarse y la amenaza en este sentido que suponen Real Madrid y Barcelona.

Para alcanzar semejante registro (1,43 tantos de media encajados por encuentro) teniendo en cuenta que en siete partidos se ha dejado la portería a cero, se han producido varias goleadas, alguna de ellas de auténtico escándalo como la reciente en Vigo. Y si en Mendizorroza el planteamiento sí que ha buscado morder más a los rivales y cortocircuitar su juego, en los desplazamientos la defensa ha sido en demasiadas ocasiones por amontonamiento de jugadores en el área para tratar de ser un frontón.

El peor en todo Si los parámetros defensivos no han sido buenos, en la misma línea se puede hablar de la ofensiva. Con una pareja que ha sumado una veintena de dianas (once de Lucas Pérez y diez de Joselu), el resto del equipo solo ha aportado doce más, hasta alcanzar los 32 goles. La peor cifra en estos años, tras haber firmado 36, 34 y de nuevo 36 en los cursos precedentes. Y eso sin contar con una pareja con semejante poder de fuego.

Preguntarse qué hubiese sido el Alavés sin los gallegos es desolador, pues los argumentos ofensivos no han ido mucho más allá de los desplazamientos en largo para las descargas del nueve de Silleda y las acciones desequilibrantes, ya fuesen individualidades o en conexión con su compañero, del siete coruñés. Con unas bandas desafiladas -solo Aleix Vidal por momentos ha sido capaz de sumar- y sin llegada desde la segunda línea, el balón parado ha sido el otro argumento de peso.

Con más goles encajados y menos marcados, también la cifra de puntos es claramente inferior a la de las tres campañas precedentes. Incluso hay dudas más que razonables de que se pueda traspasar la barrera de los cuarenta que asegura la permanencia sin mirar atrás. Con Mauricio Pellegrino se llevaban ya 48; con Abelardo, a pesar del desastroso arranque, 41; y en la segunda campaña del asturiano, 47. Salvaciones muy holgadas y por méritos propios.

Pero dejando los números al margen, la sensación es que Garitano no ha sido capaz de hacer mejores a los jugadores, ni como individuos ni como colectivo. Se cuentan con los dedos de una mano, y sobran dedos, los futbolistas que han mejorado sus prestaciones en el presente curso. Por el contrario, son demasiados los que están firmando su rendimiento más bajo en bastantes años. Y muchos de ellos tienen un peso específico fundamental en la plantilla.

No todo se le puede achacar en la cuenta de resultados al entrenador -las carencias de la plantilla son gravísimas desde el primer día-, pero lo cierto es que el preparador de Bergara no ha dado con la tecla en ningún momento, la desconfianza en su figura ha sido evidente desde la primera crisis y este Alavés no se ha parecido en nada a lo que del guipuzcoano se esperaba.