el vertiginoso calendario, tres partidos en la última semana, tiene de bueno la posibilidad de recobrarse del desánimo tras una sucesión de tres encuentros consecutivos con derrota sin tener tiempo de digerir ni darse cuenta de la situación en la que se hallaba. Este apresuramiento de la actividad era lo mejor que le podía suceder al equipo albiazul después de encadenar una decepción tras otra. Lo mismo les ocurría a los aficionados que, sin tiempo de asimilar la primera desilusión que les produjo el primer mal resultado, ya estaban pensando en el desquite en la segunda ocasión. Oportunidades no faltaban pero, por lo visto, eran más las ganas de que eso ocurriera que lo que realmente eran capaces de hacer unos futbolistas empeñados en mantenerlos en un sinvivir.
A un buen inicio de campeonato siguió una mala racha de resultados, de goles, de juego y de personalidad. Lo malo no era no haber sumado ni un punto en las tres jornadas últimas, lo que le había supuesto bajar puestos en la clasificación, paulatina pero inexorablemente, que lo es, sino las malas sensaciones que había transmitido El Glorioso un partido tras otro. Ante el Sevilla dio una imagen lastimosa en el primer tiempo, aunque mejoró a base de coraje, que no de juego, en el segundo. En San Mamés, más de lo mismo: un equipo sin alma se dejó dominar completamente por otro que estaba, en juego y en intensidad, muy por encima del Alavés. En Anoeta se llevó una rotunda derrota, la mayor de la temporada, que lo dejó a las puertas de los puestos de descenso; si no ocupaba uno de ellos era por la menor diferencia de goles. La revolución en la alineación, hubo hasta siete caras nuevas en el once titular, no solo no produjo la reacción esperada sino que causó mayores contratiempos. La Real abusó de un conjunto errático que tuvo continuos fallos de ajuste, despistes en las marcas y una pérdida de agresividad, por momentos, impropia de un grupo cuyas señas de identidad son luchar y luchar. Estaba claro que jugara quien jugara el que no jugaba a nada era ese Alavés de Garitano.
El resultado de esas tres derrotas consecutivas seguía una progresión aritmética, aunque, al menos, la diferencia era una cantidad mínima. En principio, no parecía probable que el último rival fuera capaz de marcar cuatro goles para seguir la susodicha progresión; ni tan siquiera uno, pues la estadística estaba de nuestra parte ya que no había puntuado en ninguna de sus salidas. Aun así, no fue el del domingo uno de esos días para reconciliarse con el fútbol. Un deporte en el que las alegrías, o las penas, duran lo que va de un partido a otro, la visita del Mallorca venía bien y muy rápido para apagar cuanto antes el desánimo que se había instalado en el entorno alavesista. Era el equipo ideal para dejar atrás los problemas y ver las cosas con suma paciencia y mayor confianza. Así que, después de salir vapuleados ante la Real, cualquier síntoma de mejora sería acogido con esperanza, si bien es cierto que tampoco había que hacer gran cosa para mejorar lo llevado a cabo hasta entonces.
La necesidad apretaba a los discípulos de Garitano (y a él mismo, sobre todos), que habían quedado en entredicho. La imagen ofrecida con anterioridad había dejado bastantes dudas. Los mallorquinistas tampoco les iban a la zaga, por algo ocupaban la penúltima posición. Ambos necesitaban la victoria como el comer (al Alavés un poco más por aquello de jugar en casa) pero, a la vez, ninguno quería perder; los riesgos que tomaron uno y otro fueron mínimos y las llegadas a las áreas, pocas. O sea, más de lo mismo: flojo en el medio, sin argumentos ni creación arriba, aunque un poco mejor atrás. De esa manera, la lógica dictaba inevitablemente un empate a cero. En esas estábamos sobre el minuto 76 cuando nos vino Dios a ver en forma de árbitro de VAR. Lucas Pérez marcó y cortó una sequía goleadora que se prolongaba demasiado (algo más de 400 minutos). A partir de ahí, con más espacios, y porque el rival se vino abajo, se soltaron los nervios y ampliaron la diferencia con un nuevo gol. Es un hecho que con puntos y goles se acaban las pequeñas crisis, pero sería un error pensar que los problemas de juego del Alavés ya están solucionados. A partir de ahora hay que refrendar lo hecho para que esto tenga continuidad y no volver dentro de equis jornadas a la misma situación que acabamos de librar.