vitoria - En más de una oportunidad, los aficionados a la Fórmula 1 han asistido incrédulos a una escena que podría pertenecer perfectamente al catálogo de las bromas más crueles. Un monoplaza lidera cómodamente la carrera o disfruta de un puesto de honor y en los últimos metros de la prueba, de repente, como si una fuerza invisible le estuviese sujetando, comienza a perder velocidad hasta terminar detenido en alguna escapatoria o, en el mejor de los cosas, acabar cruzando la línea de meta en una posición mucho más retrasada tras haber sido superado por un buen número de sus competidores. El mal cálculo de la gasolina o un gasto excesivo deja al coche sin combustible y, como consecuencia, sin la fuerza para poder continuar avanzando. La imagen es dramática por cuanto suele suceder cuando se está a punto de tocar el éxito con la punta de los dedos pero resulta inapelable. Nada pueden hacer los afectados más que bajarse del vehículo, regresar cabizbajo al box y comenzar a pensar ya en la siguiente carrera.

Pues bien, desgraciadamente, ese parece ser el destino actual del Deportivo Alavés. La escuadra albiazul ha rubricado tres cuartos de carrera a un ritmo vertiginoso que le ha permitido pelear por las posiciones de privilegio pero, en el tramo final, la luz roja de su depósito ha comenzado a encenderse de manera insistente. Al comienzo fue un simple aviso pero, conforme han ido transcurriendo las semanas y ante la evidente incapacidad para rellenar tanque, el chivato se encuetra ya al máximo de su potencia para advertir de la inminencia de una posible parada del motor.

Por ahora El Glorioso ya ha visto cómo su velocidad se reducía considerablemente y los adversarios lo aprovechaban para adelantarle sin excesivas complicaciones pero las consecuencias podrían ser todavía más dolorosas. Porque lo cierto es que el panorama que tiene por delante el combinado de Abelardo en las cinco jornadas que le restan por disputar del presente campeonato liguero no es precisamente halagüeño.

A años luz del conjunto chispeante y pletórico que deslumbró en la primera vuelta de la Liga y estaba acostumbrado a asestar el golpe de gracia a sus rivales en el tiempo de descuento, las últimas comparecencias del Deportivo Alavés son el vivo ejemplo del quiero y no puedo. Trata el plantel de Mendizorroza de repetir los mismos movimientos que tan bien le funcionaron hace no demasiado pero, desgraciadamente, termina estrellándose contra el infranqueable muro de la realidad.

El ejemplo más cercano es el encuentro del pasado viernes contra el Valladolid. Con todo de cara tras haber conseguido una clara ventaja en el marcador gracias a dos regalos de un adversario hundido en el pozo de la clasificación y golpeado por los contratiempos, el cuadro albiazul no solo no fue capaz de cerrar el encuentro y conservar la renta sino que terminó dando las gracias por, al menos, haber evitado una nueva derrota. Y es que, durante buena parte del duelo, se convirtió en un juguete roto en manos de un Valladolid que le superó en todos los ámbitos.

Una sensación que desgraciadamente no es nueva y a la que la afición albiazul se está teniendo que acostumbrar a marchas forzadas. Un único triunfo en Mendizorroza en la segunda vuelta, cinco jornadas consecutivas sin ganar con un pobre balance de dos puntos de los quince últimos disputados muestran bien a las claras que los problemas del Alavés no son ya flor de un día.

Tras haber gastado ya con anterioridad prácticamente toda la gasolina que entraba en su depósito, el equipo de Abelardo parece quedarle solo unos pequeños restos que debe administrar al máximo para evitar quedarse parado al borde de la línea de meta. Unas pocas gotas de combustible que se están demostrando a todas luces insuficientes para poder competir de verdad en este exigente tramo final de liga.

El gran objetivo -la permanencia- está conseguido con brillantes desde hace mucho tiempo pero el sueño europeo parece que se escapa inevitablemente como agua entre los dedos con cada nuevo partido que disputa El Glorioso. Y si una aportación extra en el apartado emocional no consigue paliar la evidente falta de gasolina en las piernas, las cinco jornadas que restan por completarse pueden convertirse en una dolorosa y lenta agonía.