Que a los equipos que se están jugando su supervivencia en Primera División les pueda el miedo y piensen en cada arranque de partido que lo importante es sumar entra dentro de toda lógica. Bien sabe de ello un Deportivo Alavés que hace no tanto tiempo estaba en esa situación de necesidad en la que la necesidad de asumir todas las precauciones del mundo y más se entiende a la perfección. El problema es que El Glorioso vive desde hace tiempo en un escenario muy diferente al de esos clubes que penan por la necesidad que sufren, pero no ha sabido adaptarse al cambio de las circunstancias. No se trata de creerse un nuevo rico o más de lo que es, pero tampoco sentirse inferior a lo que determina la realidad. Y ayer en la visita al Espanyol hubo mucho, excesivamente demasiado, de lo segundo. Un planteamiento timorato, completamente a verlas venir y regalando prácticamente el partido y la victoria a los pericos. Porque, como se vio en el tramo final, ya a la desesperada, no es cuestión de que falten fuerzas o ganas. Lo que atenaza al equipo es un miedo del todo incomprensible que para nada le debería estar afectando. Y es que si alguien no tiene nada que perder en este tramo final de temporada es un Alavés que últimamente juega todos sus partidos con unos miramientos y temores excesivos que le están pasando una factura enorme.

En Cornellá ayer, un equipo quiso ganar y otro solo se acordó de hacerlo cuando ya estaba prácticamente perdido. Porque la puesta en escena del Glorioso no fue la de un equipo que pretende dar un golpe sobre la mesa y buscar una victoria que le permita mantener firme una candidatura a Europa que se desvanece con el paso de las jornadas. Lo triste es que no se trata de ninguna novedad, ya que en varios de los últimos partidos se viene repitiendo. Un planteamiento entendible en el arranque del curso, cuando el cuadro vitoriano era capaz de desesperar a sus rivales a base de un enorme trabajo de desgaste para rematarlos al final, pero que ahora que perder ya no es grave desde el punto de vista clasificatorio -cabe recordar que el objetivo está ya sobradamente cumplido- no resulta para nada justificable.

Cómo hubiese acabado el encuentro si el Alavés llega a ser desde el primer minuto el que se vio tras los dos goles del Espanyol es algo que no se puede saber, pero, casi con total seguridad, peor no le hubiesen ido las cosas. Es prácticamente imposible. Y, si hay que perder, mejor por pasarse de riesgos que no por esperar a los rivales sin plantearles complicación alguna.

Y precisamente eso fue lo que propuso el Alavés en todos los minutos hasta el 19, en el que Pedrosa abrió el marcador. Jugó el Espanyol a sus anchas, Borja Iglesias le hizo un roto a la zaga vitoriana y de la ofensiva albiazul nada se supo. La tímida reacción tras el 1-0 vino seguida del gol en propia puerta -cuando la fortuna da la espalda...- de Laguardia en el arranque del segundo acto. A partir de ahí, el Alavés se quitó de encima los complejos y se fue al ataque ya sin miedo. Demasiado tarde para ganar, pero no lo será si se comprueba que es el camino.