Cualquier aficionado que haya seguido regularmente al Deportivo Alavés a lo largo de la presente temporada tendría serios problemas ayer para reconocer al Glorioso en el equipo que vistió de verde en el Sánchez Pizjuán. Y es que el combinado albiazul compareció sin la que ha sido probablemente su principal seña de identidad desde que arrancó la competición. Como si hubiera sufrido un misterioso accidente antes de salir del vestuario, el bloque vitoriano actuó a medio gas. Completamente cojo a decir verdad, al no poder apoyarse en unas bandas que en ocasiones precedentes se habían convertido en su principal fuente de oxígeno.
Sin embargo, el planteamiento de Joaquín Caparrós en la cita de ayer consiguió impedir prácticamente a lo largo de los noventa minutos el acceso de los alavesistas a las autopistas de alta velocidad que acostumbran a utilizar sin descanso. Pero es que, además, el técnico utrerano no se dio por satisfecho con esto y fue un paso más allá consiguiendo apropiarse de la virtud del Glorioso.
Como consecuencia fue el Sevilla el que torturó una y otra vez a su adversario a través de las incursiones de sus jugadores pegados a la línea de cal. Especialmente en un flanco derecho en el que la pareja conformada por el veterano Jesús Navas y Pablo Sarabia se convirtió en una auténtica pesadilla para la zaga albiazul. Nunca fue capaz el Alavés de desactivar esta vía de acceso a las inmediaciones de Pacheco y permitió que su oponente sacara un importante rédito a las continuas ventajas que adquiría en esa zona. El trabajo defensivo se le acumuló a lo largo de todo el duelo a un Rubén Duarte que contó con escasa colaboración de sus compañeros en el lateral zurdo para tratar de contener esta hemorragia.
Y eso que Abelardo movió a sus peones mediado el primer periodo para intentar reducir el estropicio. De esta manera, el técnico asturiano intercambió las posiciones de Jony e Inui pero ni por esas mejoró el panorama. Tanto el de Cangas de Narcea primero como el japonés después se mostraron incapaces de taponar la enorme vía de agua cada vez que Navas comenzaba a cabalgar por su banda y se asociaba con Sarabia.
Probablemente una de las principales razones que explican la comodidad con la que se movió el veterano jugador de Los Palacios es que apenas tuvo que preocuparse por guardar su parcela de la retaguardia. Y con esa nula pegada por una banda en la que se han originado la mayor parte de los puntos que adornan el casillero albiazul comenzó a fraguarse la derrota del Glorioso.
Resulta casi imposible recordar un encuentro de la presente temporada en el que, como mínimo, el Alavés no haya ofrecido un par de cabalgadas peligrosas de sus extremos pero, lamentablemente, en el duelo de ayer no hubo ninguna. Tanto Jony como Inui no tuvieron ninguna presencia en ataque y, para colmo, en las escasas oportunidades en las que tuvieron contacto con el balón en el terreno de juego hispalense tomaron decisiones equivocadas o, peor aún, cometieron errores peligrosos. Suele decirse que hasta el mejor escribiente tiene un borrón y el de ayer fue sin duda el de un equipo que tiene en apenas tres días la opción de redimirse.