Hasta en cuatro ocasiones en la presente temporada el Alavés obró el milagro al protagonizar en los instantes finales remontadas que parecían imposibles. Lo hizo ante el Espanyol, Getafe, Huesca y Sevilla, convirtiéndose en este sentido en el equipo resucitador de LaLiga con unos porcentajes espectaculares. En el 21% de los partidos en los que estuvo por debajo en el marcador logró darle la vuelta la escuadra albiazul, demostrando ser un grupo incansable al desaliento y competitivo como pocos.
Con esta declaración de intenciones se presentó ayer el Glorioso en el Coliseum Alfonso Pérez, ese feudo que capitanea ese viejo zorro llamado José Bordalás, ayer inmisericorde con sus antiguos pupilos, a los que pintó la cara sin miramientos tirando básicamente de su particular manual. Así que sacó los grilletes, perfiló desde el primer instante un partido áspero y rocoso hasta rozar el límite del reglamento y dio rienda suelta a sus dos jugadores más determinantes, Mata y Molina, para que camparan a sus anchas y mordieran el cuello de Pacheco. Y acertó. De principio a fin. Le ganó con claridad la partida a su colega Abelardo, que en el camino se dejó muchas de las buenas sensaciones que había cosechado en sus anteriores duelos contra la Real Sociedad y el Valencia y, por si fuera poco, perdió también a Tomás Pina para la próxima jornada -ante el Rayo Vallecano- por acumulación de tarjetas.
Pésimo arranque de la segunda vuelta, por tanto, que pone de manifiesto además lo mal que le sienta Madrid a este equipo, puesto que sus visitas a la capital alavesa en el presente curso siempre se han saldado con derrotas -Leganés (1-0), Atlético (3-0) y Getafe (4-0)-. Y pésimo arranque también en el sentido más deportivo de la palabra, donde la concentración y la falta de contundencia defensiva, señas de identidad innegociables para este Deportivo Alavés, brillaron ayer por su ausencia. No hubo pega ninguna por parte de los miembros de la expedición albiazul a la mayor derrota encajada en lo que va de curso y sí mucha capacidad de autocrítica por la pobre imagen ofrecida en todos los órdenes del partido y de la cual, quizá, solo pudo salvarse Pacheco, que evitó un resultado más abultado. Se echó de menos a Laguardia en el eje de la zaga y faltó mayor verticalidad por las bandas que ayer ocuparon Burgui y Sobrino; a Pina y Manu García los cosieron a patadas en la medular y en punta, Calleri y Bastón fue un simulacro de pareja. Para el el minuto 72 Abelardo ya había entregado la bandera, así que decidió dar descanso a Manu, Sobrino y Calleri. El partido estaba muerto y tocaba pensar en el Rayo.