Vitoria - Vivió Mendizorroza una tarde rara como pocas. Si habitualmente el estadio del Paseo de Cervantes se caracteriza por un ambiente ensordecedor, durante no pocos minutos de la tarde de ayer el campo se contagió del frío que fue cayendo por la tarde. La caldera actuó como tal en una primera parte en la que el astro rey aún aportaba un poco de calidez, azuzada por la actuación de un Medié Jiménez que se hizo acreedor al carbón de los Reyes Magos. La grada, que estaba casi vacía a diez minutos del arranque del encuentro y que apenas un cuarto de hora después se mostraba tan poblada como de costumbre -18.304 espectadores rezaba la asistencia oficial ofrecida por el club- tenía ayer la mecha corta, como si a la mayoría le hubiese molestado saltarse la sobremesa. Y poco tardó el colegiado catalán en sacar de quicio al más pintado con la acción que desencadenó el gol del Valencia, cuando se inhibió en un claro empujón de Cheryshev a Pina para castigar de seguido la falta sobre el ruso que Parejo mandaría a la escuadra.

Mientras las pajes reales repartían por las gradas caramelos entre los más pequeños alavesistas, toneladas de carbón en forma de improperios iban dirigidos directamente a la figura del colegiado, quien, a decir verdad, no tuvo una de sus mejores tardes. Tras el 1-1 que recondujo hacia la tranquilidad y unos momentos de bastante sufrimiento, el esprint final del primer acto se convirtió en un carrusel emocional. Y, de nuevo, Medié Jiménez en el centro de las iras. Primero de las alavesistas, al conceder una extraña ley de la ventaja tras una clara falta sobre Ibai Gómez en la frontal del área. Después, de las valencianistas, al dejar correr el cronómetro ya incluso superado el descuento hasta el 2-1 local.

En ese gol de Tomás Pina pareció detenerse el tiempo. Más que una diana, se celebró como una victoria. Uno de esos estallidos de pasión que, de existir mediciones, quedarían reflejados como leves temblores de tierra. Una sensación similar a cuando le marcó Manu García al Real Madrid, pero aún con toda una segunda parte por jugarse. El entretiempo enfrió los ánimos. Y Mendizorroza no fue tal durante muchos minutos de la segunda parte. Silencios, murmullos y silbidos se convirtieron en protagonistas cuando desde Iraultza 1921 se detenía el ritmo de cada canción. El frío inundaba la grada en un partido que languidecía con sensación de tristeza y solo los chispazos por los errores de Medié Jiménez -sobre todo cuando perdonó la segunda amarilla a Diakhaby- subían de nuevo la temperatura. El miedo a perder lo que ya se veía ganado atenazaba más al aficionado que al seguidor, pero, al final, los Reyes Magos le regalaron la victoria al alavesismo.