En la batalla de las emociones y el riesgo, sin duda el Alavés supo jugar ayer mucho mejor su baza que el conjunto canario. Se sabía de Primera con los tres puntos en la mano la escuadra albiazul y a ello se agarró hasta que los nervios de los locales, que también necesitaba la victoria para evitar el descenso a Segunda de forma matemática, hicieron mella en el césped del antiguo Insular. Eso ocurrió, sin embargo, bien entrada la segunda mitad, puesto que en la primera el duelo resultó sencillamente soporífero. Un partido plomizo marcado por la falta de ritmo, la imprecisión en las transiciones y la ausencia de profundidad en ambos equipos que solo se salió del guion en un par de ocasiones: cuando Sobrino a punto estuvo de marcar en el minuto 6 tras una incursión en el área y cuando el canario David García soltó un zapatazo desde fuera del área en el 27 que hizo lucirse a Pacheco. No hubo más historia en esa primera mitad, por eso los nervios en la parroquia local, lejos de apaciguarse, tornaron en un sonajero que definitivamente saltó por los aires cuando más duele, es decir, después de desaprovechar una clarísima ocasión de gol. Etebo envió al larguero una falta al borde del área y un minuto después, en una contra de libro, Munir anotaba el 0-1 tras una gran asistencia de Wakaso que cayó como una mazo sobre la afición insular, dedicada a partir de entonces a cargar contra la directiva canaria, a la que acusó a través de numerosas pancartas de “trapichera, sorda y prepotente”.
Con el descenso en juego, Paco Jémez decidió quemar todas sus naves lanzando una ofensiva descontrolada sobre el Alavés que lejos de surtir efecto provocó exactamente lo contrario. Los espacios a la espalda se convirtieron en habituales y las contras del Glorioso se sucedían como puñales avisando de lo que se venía venir. Que no fue otra cosa que una goleada por 0-4 -la mayor de esta temporada- que bien pudo haber sido mayor si tanto Wakaso como Martin, los hombres de banda por los que el Alavés cargó todo su potencial ofensivo, no hubiesen incurrido tantas veces en fuera de juego. Sea como fuere, la defensa insular estaba ya tan descompuesta que el resto de dianas fueron solo cuestión de tiempo. Marcaron entonces Munir, Medrán y Sobrino para certificar un milagro del todo imposible hace solo cuatro meses.