Vitoria - Muchos reyes en la historia de Europa y de España han visto acompañado su nombre con un apodo que hacía distinguir una peculiaridad relevante de su forma de actuar o de su físico. Fernando el Católico, Felipe el Hermoso, Juana la Loca, Carlos el Hechizado, Felipe el Pasmado, Enrique el Impotente, Fernando el Deseado -el Rey Felón, para muchos otros-, Ricardo Corazón de León, María la Sangrienta, Isabel la Reina Virgen... Incluso cuando accedió a su reinado alguien se atrevió a pronosticar, sin mucho acierto cabe decir, al hoy monarca emérito como Juan Carlos el Breve. El hoy entrenador del Deportivo Alavés, y por tanto soberano del Sentimiento Albiazul, también se ha ganado por méritos propios a lo largo de su corta carrera como entrenador profesional un sobrenombre que califica bien a las claras su trayectoria, ya fuese la anterior en Gijón o la actual en Vitoria. Abelardo el Milagroso. Basta con remitirse a los hechos para poder explicar el valor real de semejante apodo.

La permanencia que el preparador gijonés ha protagonizado al frente del Glorioso pasará a los registros como una de las mayores remontadas históricas que se han producido en Primera División. Desembarcó el entrenador en Mendizorroza cuando ya habían transcurrido trece jornadas ligueras y en el casillero albiazul solo aparecían seis puntos. Una situación insostenible para un equipo que marchaba colista y que desprendía un insoportable tufo a Segunda División, por juego, números y sensaciones.

Por aquel entonces, ni siquiera el más optimista de los alavesistas podía imaginarse una situación como la actual. No es que se haya conseguido la permanencia, que ya era un logro bastante complicado de por sí teniendo en cuenta la tesitura, la relevancia extraordinaria hay que otorgársela a la enorme tranquilidad con la que se ha alcanzado dicha meta. Que podían existir opciones reales de salvación entraba dentro de las cábalas por mucho lógico pesimismo que se hubiese instalado en el entorno del club. Que la misma se haya conseguido aún con cuatro partidos por delante y con una ventaja sideral con respecto a la zona de peligro es lo que resulta del todo increíble.

Sin ni siquiera sufrir El milagro de Abelardo fue coger un equipo que estaba muerto y que había dejado de creer y convertirlo en un bloque granítico y competitivo en apenas unos días. No se puede negar que no tuviese el asturiano un punto de fortuna en su primer partido con aquella memorable remontada ante el Girona -un encuentro que ya se ha ganado un hueco en el libro de momentos legendarios del Alavés- que supuso el clavo ardiendo al que todo el vestuario se agarró como última esperanza, pero tampoco se le puede negar su excepcional trabajo para recomponer el desconcierto que a su llegada era el juego de un equipo desastroso.

Con unos conceptos muy claros y mucha lógica en sus planteamientos, las victorias encadenadas ante Girona y Las Palmas sirvieron para que El Glorioso se reenganchase a una pelea de la que ya parecía definitivamente desconectado. Un serial de buenos resultados en el final de la primera vuelta condujo a salir de la zona de descenso al final de ese giro inicial al calendario. Y, desde entonces, se comenzaron a marcar distancias con esos puestos pintados en rojo hasta sellarse ayer la diferencia que matemáticamente ha asegurado la continuidad del equipo vitoriano por tercera temporada consecutiva en la máxima categoría.

La resurrección que el Alavés ha protagonizado con Abelardo entra directamente en los anales del fútbol estatal, pero de un hecho puntual no puede nacer un sobrenombre y el asturiano no ha hecho en Vitoria sino dar continuidad a una tendencia que ya protagonizó en Gijón. Y es que si de milagro puede catalogarse la actual salvación del Glorioso, no de menor calibre -pues en perspectiva, incluso logros superiores al actual- fueron el ascenso y la salvación que protagonizó con el Sporting durante dos temporadas consecutivas.

El equipo de ‘Los guajes’ Para entenderlo hay que mirar los hechos con la calma que da el tiempo. Salvar al Alavés en la tesitura que se encontró era una cuestión ciertamente complicada; lograrlo con la solvencia y tranquilidad que lo ha conseguido es lo que le da a la hazaña su carácter épico. Pero no deja de ser el vitoriano un club saneado, con recursos económicos importantes y en el que se ha encontrado con una plantilla de calidad y la opción de buscar refuerzos adecuados.

Todo lo contrario que le sucedió en su casa, donde el control económico de LaLiga impedía al Sporting fichar. Con un equipo formado mayoritariamente por jugadores de cantera, la mayoría chavales que apenas superaban la veintena -los guajes como los llamaba él mismo y con los que mayoritariamente ya había coincidido en Mareo-, firmó el regreso a Primera División y una permanencia agónica -muchos se acuerdan del partido contra el Villarreal de Marcelino García Toral y toda la polémica que le rodeó, pero el trabajo para llegar hasta ahí fue extraordinario- que supone uno de los mayores hitos de la categoría teniendo en cuenta todos los condicionantes adversos que tenían los asturianos y que, finalmente, les acabaron llevando de regreso a Segunda la siguiente temporada.

Un ascenso, una salvación en el último momento y otra permanencia holgada tras una situación crítica. Los tres milagros que jalonan la trayectoria profesional en los banquillos de un Abelardo que se ha ganado por méritos propios un hueco entre los entrenadores de referencia en Primera y que, si nada se tuerce -en los próximos días se debería oficializar su renovación, ya atada-, tratará de seguir dando pasos adelante la siguiente temporada en Vitoria con un proyecto que llevará su sello desde el principio.