La posesión del balón en un partido de fútbol es un arma más para alcanzar un medio pero nunca debería considerarse un fin, por más que el estilo y los resultados de equipos como el F.C. Barcelona demuestren que es posible combinar fútbol y posesión para alcanzar el objetivo. Y no lo es porque justo en el otro lado de esa balanza, también el fútbol está repleto de equipos que también alcanzaron la gloria jugando de forma antagónica, despreciando si cabe la pelota y apostando por el poderío defensivo y la salida a la contra como estandartes de su sistema de juego tan respetable como los demás. El Real Madrid de José Mourinho, sin ir más lejos, fue capaz de poner en serios aprietos y arrebatarle incluso algún título al Barça de Pep Guardiola de este modo. Sin llegar a esos extremos, el Alavés de la era Abelardo también ha dejado claro en las últimas semanas su predilección por un juego de trinchera dispuesto al contragolpe que por un trato exquisito del balón como medios para alcanzar su fin, que dadas sus circunstancias no es otro que ganar al precio que sea. Sus últimas dos actuaciones ante el Celta y el Villarreal sirven como ejemplo de una disposición táctica que alcanza un riesgo notable cuando el rival de turno presenta jugadores de gran calidad e instinto ofensivo. Tanto en Mendizorroza ante los celestes como ayer en el estadio de La Cerámica, la escuadra albiazul entregó el balón a sus rivales con posesiones medias del 70%-30%, una circunstancia que, lógicamente, multiplicó su trabajo en defensa pero sacó a relucir su instinto criminal ya que consciente de las pocas opciones que iba a disponer, afinó lo suficiente para matar a su rival en apenas un par de zarpazos. Pedraza y Munir así lo entendieron ante el Celta hace siete días y Rodrigo Ely e Ibai hicieron lo propio ayer, calcando un desenlace final en ambos partidos marcado por las angustias derivadas del acoso que celestes y castellonenses sometieron sobre la portería de Fernando Pacheco, ayer, otra vez, más Santo que nunca. - A. Goñi