En demasiadas ocasiones el aficionado mira solo al resultado para hacer la valoración de un partido, pero los que están dentro de un equipo tienen la obligación de realizar un análisis mucho más detallado y exhaustivo del que se puede realizar frente a un teclado o en la barra de un bar. Por ello, seguramente en el seno del Deportivo Alavés creció ayer un punto más la preocupación por la gestión de las ventajas en los minutos finales de los partidos en los que el conjunto vitoriano llega por delante en el marcador. Cierto es que la moneda salió ayer de nuevo cara como lo hizo una semana antes ante el Celta, pero eso no quiere decir que todo se hiciese de manera maravillosa. Venía El Glorioso de protagonizar varios encuentros precedentes que se saldaron con la cruz con gestiones que no fueron, ni mucho menos, peores que estas dos últimas, aunque entonces faltó un punto de suerte o de elementos externos que no diesen la espalda. Las cosas del fútbol, que da unas veces lo que te quita otras y que en esta serie de episodios agónicos ha parecido regalar más al Alavés justo cuando peor desempeño ha mostrado sobre el césped.
La eliminatoria copera contra el Valencia, el empate ante el Leganés, la derrota en la visita al Barcelona... Como hiciese ayer ante el Villarreal y una semana antes frente al Celta, en todos esos encuentros se puso el Alavés por delante en el marcador. Pero entonces su gestión, sin ser mala en la mayoría de los casos, no le sirvió para sacar el resultado deseado. Contra gallegos y castellonenses se sufrió, por norma general, muchísimo más que en el serial anterior, pero en estas dos ocasiones se encontró el equipo con ese punto de fortuna que tan importante es en el fútbol.
En Mendizorroza acabó el equipo de Abelardo encerrado en su área para salvar el 2-0 y el acierto de Aspas llegó ya demasiado tarde para la reacción celeste en un campo en el que el miedo se hacía sentir después de los episodios de pérdida de puntos precedentes. Una imagen que se repitió ayer elevada a la enésima potencia, con un veinte minutos finales tras el 1-2 de constante sufrimiento. El cuadro albiazul se limitó a amontonar futbolistas en el área y, parapetado en Pacheco, se convirtió en un frontón que solo devolvía balones al rival sin ser capaz de jugarlos. Un ejercicio de supervivencia afortunado.