Bilbao - A las festividades navideñas se les había añadido este año, de nuevo habría que decir, un epílogo para el alavesismo con un derbi como protagonista y San Mamés como escenario. Los aficionados albiazules regresaron al duelo vecinal contra el Athletic la pasada campaña por la puerta grande justo al final de estas fiestas y los caprichos del calendario depararon la repetición de la visita a Bilbao con un día de retraso. En 2017 tocó el 8 de enero a las 12.00 horas; en 2018, el 7 a las 18.30. Entonces la fiesta fue del campo a las calles aledañas al estadio; en esta ocasión, el recorrido del festejo se hizo en sentido inverso. Se echó de menos de nuevo la presencia de Iraultza 1921 con su permanente batalla por la rebaja de los precios del fútbol, pero el ambiente propiciado por los cerca de mil alavesistas que se desplazaron hasta la capital vizcaína supuso el epílogo a las Navidades, aunque el viaje de regreso fuera muy triste.
Sin el bullicio y la sonoridad que Iraultza imprime, el alboroto fue mucho menos evidente que cuando los miembros de dicha peña se desplazan, pero eso no quiere decir que el resto de los aficionados de este equipo no tengan una garganta para animar a su equipo. Un ambiente diferente y mucho menos ruidoso, pero que también se hizo notar antes y durante el derbi.
Muchas familias y parejas aprovecharon para disfrutar del día en Bilbao. Aparcaron en los alrededores del estadio y se fueron paseando hasta el Casco Viejo en un mediodía gris pero templado. Con la huelga de celo de la policía local causando el temor de los peatones en la capital alavesa, llamaba la atención ver que los oriundos de la villa respetaban las señalizaciones semafóricas en los pasos de cebra y eran solo algunos foráneos, bien reconocibles, los que cruzaban la calle en rojo. Y, hablando de colores, se pudo comprobar también que en algunas parejas cada uno de los miembros va por su lado. Uno de rojiblanco y otro de albiazul y viceversa. El amor no entiende de sentimientos futbolísticos, por lo que se pudo ver en una ciudad que recibió a sus visitantes con aficionados locales vistiendo sus camisetas desde primera hora. Y es que, si es difícil ir a algún punto del orbe y no encontrarse con alguien que lleve la zamarra del Athletic, tampoco iban a dejar que los alavesistas impusiesen el azul y blanco de su indumentaria en su propia casa.
Los que más madrugaron, recorrieron las Siete Calles del núcleo fundacional de Bilbao para disfrutar con la gastronomía local, donde se encontraron con muchos aficionados locales. En este sentido sí que no existen colores: todos disfrutaron por igual en torno a una mesa o a una barra de pintxos.
Comidas relajadas que dieron paso a tertulias y también a un ambiente cada vez más animado según los pasos iban conduciendo hacia el estadio. Pozas es siempre el epicentro de la fiesta cuando juega el Athletic y el alavesismo se encargó de poner su voz en esa larga calle jalonada de bares en los que cuadrillas de uno y otro bando se fueron arremolinando, juntos y, en algunos casos, completamente revueltos.
Ya dentro del estadio, una de las esquinas se tiñó de albiazul, lo mismo que parte importante de la tribuna principal. En el nuevo recinto se ha perdido la magia del viejo San Mamés -alguien debería tomar ejemplo para que no ocurra lo mismo en Mendizorroza en caso de reforma- y por muchos momentos fueron los alavesistas los que rompieron el silencio de un campo que engulle todo el sonido por su magnitud. Incansables, no dejaron de animar los albiazules por mucho que el equipo hiciese muy poco por sumar en positivo. Carbón de los Reyes Magos con un día de retraso y una vuelta a casa amarga, aderezada en el desánimo por el retorno a la zona de descenso. Un día de fútbol fenomenal, hasta que empezó el fútbol. Un triste epílogo a las vacaciones navideñas.