Aún queda mucha temporada por delante. Cuando solo se han disputado trece jornadas ligueras, se acaba de cumplir el primer tercio de competición y todavía quedan por celebrarse otros veinticinco encuentros más, el factor tiempo es el único argumento sólido al que puede aferrarse el alavesismo para mantener inquebrantable la fe y la confianza en que este proyecto puede acabar llegando a buen puerto y alcanzar el objetivo de la permanencia. Un clavo ardiendo que tiene forma de calendario, nada más. Las razones de fiabilidad que deberían encontrarse en el rendimiento del equipo se encuentran del todo desaparecidas desde el inicio de la temporada y solo se han producido tímidos amagos de mejoría que a las primeras de cambio han quedado reducidos a cenizas. Cada vez que se ha asomado ligeramente la cabeza, en las dos ocasiones que el equipo parecía listo para abandonar la unidad de cuidados intensivos, el golpe de vuelta ha sido todavía más duro y de enfermo grave El Glorioso ha pasado a situarse a las puertas del óbito. Pero como el deceso no va a ser inmediato por mucho que la situación comatosa aparente ya irreversible, siempre quedará el tiempo como argumento de fe al que agarrarse hasta que las matemáticas se encarguen de desmentirlo.

El bucle depresivo en el que se encuentra sumido el Alavés no es otra cosa que la constatación de que las cosas se han hecho muy mal desde el final de la pasada campaña. Pocos son los que pueden salvarse de la quema y ninguno de ellos se sienta en los despachos de mando. Tras una temporada espléndida, tocaba asentar el proyecto en la máxima categoría y la toma de decisiones se ha demostrado errada desde el principio. Es evidente que este equipo no puede ser tan rematadamente malo como se está viendo, pero también lo es que no se ha acertado con casi ninguna tecla y que se está arrastrando una planificación con multitud de fallos.

Como primer culpable se señaló a Luis Zubeldía -es evidente que el responsable máximo por sus decisiones es Sergio Fernández como director de la parcela deportiva y, por encima, quien le da o niega recursos económicos a la hora de fichar- y el relevo en el banquillo dio paso a una pequeña reacción. Dos victorias en los cinco primeros partidos con Gianni De Biasi, la imagen de un equipo que parecía haber clarificado sus ideas y la entrada en un calendario con un serial de duelos directos con rivales por la permanencia hicieron que se recuperase el optimismo. Desgraciadamente, el castillo de naipes se ha venido abajo a las primeras de cambio.

El Glorioso que siempre había sido competitivo se perdió en el tránsito de dos semanas que fue de la victoria contra el Espanyol al bochorno contra el Getafe. El equipo se desmoronó por completo en el Coliseum Alfonso Pérez, fue un desastre en el plano defensivo y el orden y consistencia que había mostrado anteriormente se fueron por el sumidero. Era previsible que esa derrota iba a pasar una importante factura más allá de los tres puntos que se perdieron por el camino y el derbi con el Eibar no hizo sino constatar esa triste previsión.

En plena descomposición De Biasi tuvo claro desde el primer momento que este equipo necesitaba reforzar su entramado defensivo para, sobre unos cimientos atrás mucho más sólidos, empezar a construir después una mejoría en la ofensiva y tratar de sacar petróleo en forma de puntos de cada gol. En la portería a cero ha estado la clave de las dos únicas victorias -tres si se le añade la conseguida en Copa-, pero en una categoría con atacantes con la calidad que hay en Primera se trata de un objetivo difícil de repetir con cierta asiduidad.

La idea del técnico italiano era clara y componía un argumento válido para mantener la fe, pero su plan quedó dinamitado en el duelo contra el Getafe. Después de quince días sin partidos oficiales y con entrenamientos para seguir mejorando en las carencias, el equipo vitoriano cayó a plomo en el Coliseum. Lo poco que el preparador alavesista había conseguido construir quedó ese día reducido a simples escombros. Y, como si alguien encima se hubiese encargado de esparcir sal sobre un campo ya yermo, los pretendidos brotes verdes no se vislumbraron contra el Eibar.

La alineación que dispuso De Biasi sonó demasiado a solución desesperada de un entrenador que ya no sabe muy bien qué tecla tocar para afinar la orquesta. Y el rendimiento del colectivo en el derbi no hizo más que sumir al alavesismo en la tristeza más absoluta. Que muchos aficionados abandonaran las gradas de Mendizorroza cuando aún quedaban más de veinte minutos por jugarse tras el segundo gol armero habla bien a las claras del grado de hartazgo y desesperanza que se han alcanzado cuando solo se han cumplido tres meses de temporada.

Como todavía quedan veinticinco partidos y 75 puntos por disputarse, el argumento de que todavía queda tiempo por delante para la reacción sigue siendo válido. El problema es que, en estos momentos, es el único que existe. Todo lo que no sea añadir motivos futbolísticos y, sobre todo, puntos para la esperanza de manera inmediata no hará más que socavar esa frase tan manida y a la que siempre se recurre cuando no hay nada mejor que ese clavo ardiendo al que agarrarse.