Una derrota siempre es dura y más aún para un equipo completamente necesitado de puntos como este Deportivo Alavés que se encuentra enfangado en la zona de descenso desde hace semanas, pero peor que el tropiezo fueron ayer las sensaciones que transmitió un equipo que sufrió un descalabro tan inesperado como inconcebible. Si por algo se había caracterizado El Glorioso, y lo lleva años haciendo, es por ser un equipo tremendamente competitivo, pero ese arranque de raza que siempre le acompaña, incluso cuando recibe los más duros golpes, no se vio ayer en ningún momento sobre el césped del Coliseum Alfonso Pérez. El equipo de Gianni De Biasi fue un auténtico desconocido, un fantasma que pululó por el verde con absoluta tristeza y transmitiendo la peor de las sensaciones posibles. Duele la derrota, muchísimo; pero lo hacen aún más las deplorables formas, que son las que suelen destilar los equipos que se encuentran ya hundidos. Y es que el varapalo de ayer es de los que hacen un serio daño en lo deportivo, pero, sobre todo, en lo anímico.
Protagonista de una puesta en escena completamente inadecuada y en la que el gol del rival era una simple cuestión de tiempo, la reacción le llegó al Alavés para generar una ocasión errada en botas de Munir. Y ahí se acabó el partido, ya que en el contragolpe subsiguiente el Getafe golpeó de nuevo para resolver el partido.
A partir de ahí, El Glorioso protagonizó una caída en picado sin apenas espacio para la fe. Los escasos minutos tras el descanso que precedieron al tercer gol local y el anestesiante final con el tanto de Santos con el Getafe ya sesteando no sirven para albergar esperanza alguna y tampoco sirvieron para más que un simple retoque de maquillaje en una piel severamente dañada. Durante mucho tiempo, el Alavés fue un muñeco roto en lo anímico que quedó a merced de su oponente, que hizo con él lo que quiso hasta dejarlo hecho un guiñapo.
Esa sensación de enorme fragilidad que transmitió el equipo vitoriano, apenas vista hasta la fecha, es una de las cuestiones más alarmantes del viaje a tierras madrileñas. Un equipo que se había ilusionado con la opción de dormir por fin fuera del descenso acabó sufriendo un descalabro de calibre mayor del que, futbolística y anímicamente, hay que recuperarse cuanto antes.