Era la primera vez que aquellos jugadores compartían vestuario. Muchos no se conocían por el nombre y algunos ni siquiera hablaban el mismo idioma, pero estaban allí para compartir vestuario, bandera y país. Frente a ellos, un italiano con aspecto de viejo profesor les sonreía mientras entregaba una carta a cada uno de los jugadores. “Si me seguís y dais lo mejor de vosotros, pasaréis a la historia de Albania”. Giani De Biasi es un entrenador experimentado y azotado a menudo por el calcio modesto. Comenzó en los banquillos de la tercera italiana, donde tomó las riendas de un Módena al que llevó a la Serie A en dos años y lo dejó asentado en la élite. Allí se labró su fama de entrenador astuto y buen defensor. El premio fue el Brescia, donde pudo dirigir los últimos destellos de Roberto Baggio, y donde, en su segundo año, fue destituido por primera vez, y quizás la más justa de todas. Tuvo que volver a la segunda división italiana, a rescatar a un Torino quebrado. De Biasi tomó a un equipo humillado y perdido, y lo devolvió a la Serie A, a base de fútbol y psicología.

Entonces llegaron los barros de los despachos, y a De Biasi lo despidieron tres días antes de empezar la temporada. Meses después, y con el equipo en zona de descenso, el mismo presidente levantó el teléfono para reconocer su error. Era el mes de abril; en mayo De Biasi había salvado al equipo. “Mi filosofía es intentar simplificar lo complicado; el verdadero secreto está en la fuerza de voluntad; siempre hay que creer”. El viejo profesor era ya un tipo que creía en los milagros y en el fútbol, por encima de todo. Pasó por un Levante prematuramente desahuciado al que no pudo salvar, a pesar de mejorar sus números, y al que abandonó en el mes de abril para, otra vez, salvar a su Torino. Lo mismo que hizo un año después con el Udinese, al que salvó y donde fue destituido tras perder un partido de liga. Entonces De Biasi tenía 55 años y había acabado por odiar al fútbol italiano, en su dirigencia; ya no quería entrenar más.

la llamada de albania... Pero llegó una llamada inesperada: Albania. Su primera noche en Tirana, como seleccionador, durmió con la silla bloqueando la puerta. Lo reconoce hoy con pudor, mientras recuerda que desde 2013 recorre el país en bicicleta una vez al año. Recuerda hoy cómo logró crear un equipo buscando en Google. Albania tenía tres millones de habitantes, pero más de seis millones de hombres y mujeres de origen albanés en el extranjero. Hizo más de setenta viajes y convenció a más de una decena de jóvenes para que jugaran con él, bajo la bandera roja de sus antepasados; psicología pura. Así cambió un equipo viejo y anárquico por uno con futuro y ganas de seguir sus órdenes, y los llevó a la fase final de la Eurocopa. En el primer partido de clasificación, en Portugal, les dijo a sus jugadores que podían ganar; después lo dijo ante la prensa; “hemos venido a ganar”, repetía, porque si no demostraba que él mismo creía, el milagro no podría hacerse. Y se hizo. Albania ganó en Portugal y comenzó a creer en sí misma. El juego era directo, veloz, con una defensa disciplinada hasta el extremo y un ataque ordenado y lógico, que la llevó, por ejemplo, a remontar partidos imposibles. De Biasi se convirtió entonces en héroe nacional. Hablaba con la gente de Tirana y recorría los pueblos para ver campos de fútbol embarrados. Concedía entrevistas por todo el mundo, explicando los milagros de su equipo, que seguía ganando con pocas casualidades. En una de ellas, el mismo De Biasi comentó lo mucho que le gustaba el país, y que le haría ilusión tener pasaporte. Poco después, firmaba su doble nacionalidad. Y lo hizo como todo lo demás, creyendo que lo imposible era lo más natural.