El Deportivo Alavés había estado muy lejos de la definición que el diccionario ofrece de equipo en sus últimas comparecencias y durante la primera parte de ayer en Riazor por lo menos estuvo cerca de corresponder a lo que debe ser un colectivo con las ideas claras. El entrenador interino Javi Cabello decidió retocar la alineación en todas sus líneas y el resultado fue un bloque que protagonizó un acto inicial muy serio en el que concedió muy poco al rival y disfrutó de un par de buenas oportunidades para adelantarse en el marcador. No hubo fortuna en esos remates y, justo cuando el cronómetro señalaba que era tiempo de descanso, el Deportivo marcó a través de Luisinho el tanto que hundió los ánimos albiazules y dio paso en la reanudación a esa versión más triste que en tantas ocasiones se ha repetido ya esta temporada en unas circunstancias idénticas.
Con otra derrota, la quinta, en el zurrón, queda agarrarse a lo positivo para reforzarlo y, a partir de ahí, tratar de conseguir la solidez de unos cimientos sobre los que comenzar a construir un edificio que hace unas horas estaba en ruinas.
Javi Cabello ordenó al equipo con criterio, prescindió de futbolistas que estaban ofreciendo un rendimiento pésimo, dio paso a otros que demostraron que se encontraban defenestrados sin razón alguna y buscó entorpecer el juego del oponente con una presión mucho más adelantada y agresiva. Unos pocos retoques que dieron de sí un Alavés mucho más serio y difícil de superar que, con el paso de los minutos y la confianza, incluso buscó la portería rival sin la fortuna necesaria para marcar en un par de claras ocasiones de Munir y, sobre todo, un cabezazo de Ely al poste.
El delantero fue pieza clave en la presión adelantada para entorpecer la salida de un Deportivo que sufrió ante la movilidad del madrileño. También Torres, sorpresa principal en el once, y Manu García hicieron valer su potencia en el centro del campo, mientras que el debutante Maripán y Ely conformaban un centro de la zaga sólido y contundente, con Duarte, otro que se estrenaba, sin pasar apuros en la izquierda.
El problema, defensivamente, venía marcado por los tres mediapuntas y su dificultad para sumarse al esfuerzo de sus compañeros. Medrán ayudó en el arranque a Munir, pero no tuvo continuidad; a Ibai le costaba llegar a cerrar su flanco; mientras que el agujero más evidente estaba en el flanco de un Burgui muy poco solidario y que dejaba vendido en cada acometida coruñesa a un Vigaray al que se le acumulaba el trabajo sin ser capaz de cerrar tantas vías de agua. Que el gol local llegase por ese flanco y lo marcase un lateral como Luisinho no fue ninguna casualidad.
Por desgracia, ese tanto local hizo que todo el trabajo se derrumbase y el Alavés volvió a hundirse en una segunda parte horrible.