Vitoria - Es agosto el mes por excelencia de vacaciones en una Vitoria que suele quedar prácticamente desierta desde que concluyen las fiestas hasta los últimos días del mes y en Mendizorroza también se acostumbra a sentir esa ausencia masiva de abonados en el primer partido de cada curso que suele coincidir con el fin de semana que cierra agosto. Lo normal es que la jornada de inicio del curso en el estadio del Paseo de Cervantes refleje unas cifras de asistencia visiblemente inferiores a la media habitual, una situación que ya se vivió la pasada campaña contra el Sporting a pesar de que suponía el regreso a la máxima categoría. Una tendencia que ha cambiado en esta ocasión, ya que la llamativa visita del Barcelona ha propició que muchos alavesistas adelantasen unas cuantas horas su regreso a Vitoria y que amigos o conocidos de aquellos que aún seguían disfrutando de su período de descanso veraniego se afanasen para conseguir el préstamo del abono para presenciar el rimbombante duelo, al que también se apuntó mucho culé. Así, con el ambiente de siempre atronando de nuevo a lo largo y ancho de toda la capital alavesa y extendiéndose a lo largo de la Llanada, Mendizorroza fue de nuevo una fiesta masiva en la que se congregaron 19.356 espectadores, por lo que el lleno se rozó ya en una fecha poco propicia.
Con las vacaciones de por medio, muchas cuadrillas y grupos de abonados que acostumbran a verse cada poco tiempo habían perdido el contacto -si es que eso es posible con la tecnología de que hoy se dispone- prácticamente desde que Celedón regresase al campanario de San Miguel. Y eso los más recientes, ya que algunos no se veían las caras desde la histórica final de Madrid, hace casi tres meses.
Precisamente, en el entorno de la iglesia que corona la plaza de la Virgen Blanca se empezó a respirar desde el mediodía ese sentimiento albiazul tan crecido en los últimos tiempos y que en el período veraniego se encontraba hibernando. Una jornada marcada por los reeencuentros, de muchos potes y, para los menos previsores, de dificultad para encontrar una mesa en torno a la que sentarse a comer y charlar en un Casco Viejo lleno hasta la bandera -la solución de acodarse en una barra y echar mano del sabroso pintxo fue la solución para quien no había reservado a tiempo- y en el que los turistas no dudaban a la hora de preguntar por las razones de semejante pasión azul y blanca.
Siempre ‘Iraultza 1921’ Quedaban cuatro minutos para el arranque del partido cuando el himno de Alfredo Donnay atronó de nuevo en los altavoces coreado por todo el alavesismo. En el Fondo de Polideportivo, Iraultza 1921 ponía de nuevo el color con banderas azules y blancas y una pancarta que rezaba Beti gure koloreekin bat. Una vez más, el orgullo de sentirse alavesista.
De nuevo se erigió la afición como ese factor diferencial con el que cuenta un equipo que se ve obligado a corresponder con su esfuerzo a la entrega que se vive en esas gradas. Los jugadores solo están obligados a darlo todo por el escudo, nada más. Si aciertan, se les aplaudirá; pero si fallan, se les reconocerá el esfuerzo incluso con más ímpetu. Los que no lo sabían, lo pudieron comprobar ayer de primera mano.
Una vez más, la afición empujó al equipo hasta más allá de sus límites. Las gargantas dieron alas otra vez a unas piernas que no daban más de sí. El que no supiese el paradigma de este Alavés lo aprendió ayer a marchas forzadas. Aquello de El Glorioso nunca se rinde quedó claro tanto dentro como fuera del césped en una jornada de reencuentros a la que solo le faltó la gran alegría de los puntos.