Vitoria - La llegada de Leo Messi al primer equipo del Fútbol Club Barcelona representa la etapa de mayor esplendor de la Ciudad Condal. Cuando el 16 de octubre de 2004, con apenas 17 años, Frank Rijkaard decidió concederle la alternativa todo el mundo hablaba del pequeño chaval argentino como un talento con un futuro enorme por delante en esto del balompié. Lo que nadie podía prever entonces era la trascendencia que tendría en el cambio histórico de una entidad que en el arranque del Siglo XXI se despojó de su cartel de eterno segundón para pasar a manejar con mano de hierro el fútbol estatal y llevar su dominio al Viejo Continente con el fútbol más espectacular que se puede recordar. Pero todas las historias, por bonitas que sean, tienen su fin y lejos parece ya en gran Barça que ganó y enamoró. Más doloroso todavía es que el cetro hegemónico del fútbol europeo lo haya recogido un Real Madrid que amenaza con instaurar su propia dinastía. Durante este arranque del nuevo curso, Messi es un genio en soledad. La sonrisa le ha abandonado y la tristeza se ha instalado en su rostro. Sigue siendo el mejor del mundo, pero la obligación del Barcelona es rodearle de un equipo de garantías del que ahora carece para que el de Rosario sigue engrandeciendo su leyenda.

Un periplo arrollador La era del mesías barcelonista se puede resumir tanto en títulos como en imágenes que quedarán para la historia de este deporte. Recién alcanzada la treintena, lleva ya trece temporadas en el primer equipo con un balance brutal: ocho Ligas, cinco Copas, cuatro Copas de Europa, tres Supercopas de Europa, tres Mundiales de Clubes, siete Supercopas de España, cinco Balones de Oro, cuatro Botas de Oro y otros cuatro Trofeos Pichichi. El único lunar de su carrera lo tiene con la selección argentina, con la que acumula finales sin títulos y carros de frustración, siendo el venidero Mundial de Rusia su última oportunidad de desquitarse. Ahora, el regreso por la puerta grande del Real Madrid se ha convertido en la amenaza a su dominio durante casi tres lustros.

La clave hay que encontrarla en el acompañamiento. La categoría de Messi es indudable, pero el fútbol es un deporte en el que el colectivo es la fuerza. El mejor solo no puede hacer nada. Y la sensación de las últimas semanas es que el argentino es un solo hombre contra el mundo. Ni siquiera el legendario Hércules podría recuperar solo el cetro del fútbol europeo. Y, seguramente, de puertas hacia adentro el diez barcelonista reclama compañeros que mejoren significativamente a los que actualmente le rodean.

Messi debutó en un Barcelona en el que entonces Ronaldinho era cabeza de cartel. Junto al astro brasileño y Samuel Eto’o conformó el primer tridente, denominado REM. Eran los nombres que destacaban sobre el resto, pero el Barça comenzaba entonces a ser el de Xavi Hernández y el de Andrés Iniesta, acompañados de los Deco, Márquez, Puyol, Valdés, Yayá Touré, Abidal, Alves o Henry. Un proyecto que se fue construyendo de la mano de Rijkaard y bajo los históricos parámetros de Johan Cruyff para acabar alcanzando la perfección con Pep Guardiola a la batuta.

En esos años entre la primera y la segunda década del siglo, Messi ya era considerado por todos como el mejor del mundo. Los años le condujeron a formar parte de ese grupo que es considerado como el más brillante de la historia de este deporte. Y, para muchos entendidos, el tiempo le acabó conduciendo al más elevado de los altares balompédicos. Pero siempre rodeado de futbolistas de un elevadísimo nivel que, de no haber coincidido con el argentino, podían haberse jugado entre ellos esa condición de mejor jugador del momento en el panorama fútbol.

Y es que, la figura de Messi ha llegado a fagocitar a sus compañeros tal es su grandeza. Un futbolista del calibre de Zlatan Ibrahimovic decidió emigrar tras un año en Barcelona al quedarse pequeño al lado del genio. Lo mismo que ha hecho este verano Neymar, quien ha elegido la huida para no seguir más tiempo a la sombra del argentino.

Renovación y fichajes Pero, más allá de la puntual entrada y salida de estrellas que en Can Barça se ha ido produciendo de manera sistemática cada cierto tiempo -Ronaldinho, Eto’o, Henry, Ibrahimovic, Villa, Cesc, Neymar...-, la sensación actual es que la era hegemónica de los blaugranas se está acercando a su fin por la desaparición de los futbolistas que marcaban la esencia. La retirada de Xavi supuso ese punto de inicio en el camino hacia el fin, sensación acentuada con el nivel decreciente de Iniesta o el bajo rendimiento de Busquets. Los cerebros del centro del campo, los que hacían del Barcelona un equipo diferencial a través de la posesión, no han encontrado todavía su relevo. Y el adiós de Neymar y la actual baja por lesión de Luis Suárez -el tridente MSN- no hacen más que acentuar la sensación de que, en estos momentos, Messi está demasiado solo.

Al Barça le toca afrontar una reconstrucción. Y, al aficionado, asumir que es difícil que el brillante pasado reciente vuelva de inmediato. La marcha de Neymar ha sido un torpedo a la línea de flotación de todo el club. Más que el hecho de perder a una estrella, la sensación de incompetencia de la directiva es lo que ha cabreado a la parroquia. Un enfado que se ha ido incrementado según han ido pasado los días y no se terminaban de concretar los ansiados fichajes -ayer se oficializó Dembélé- que permitan a Messi -que tiene apalabrada su renovación hasta 2021, pero que sigue sin estampar su firma- seguir reinando.