Vitoria - Otra vez Mendizorroza, otra vez su afición. Pletórica, insaciable, respetuosa, infinita... Pocos ayer, rojiblancos incluídos, pudieron evitar quedarse prendados de nuevo del ambiente que se respiró en el estadio. La enésima demostración esta temporada de apoyo a unos colores por parte de una afición que ayer, más que nunca, volvió a rellenar la bombona de oxígeno de un equipo que llegó exhausto al final del partido. Lo reconoció, a modo ya de muletilla, el propio Mauricio Pellegrino en comparecencia de prensa y lo subrayó el capitán, Manu García, cuando dedicó el derbi a una afición “que se lo merece todo”. Pero fue sobre todo su compañero Rubén Sobrino quien acertó a comparar el aliento de la grada con una suerte de molino de viento capaz de insuflar el aire necesario cuando las fuerzas y las piernas ya no responden. Como era el caso de ayer. “Hoy me ha pasado a mí, que he terminado casi mareado con el calor y el desgaste... Pero escuchar a esta gente y jugar para ellos con esta camiseta es algo increíble. Mendizorroza es sin duda un plus para nosotros cuando te falta el aire”, reconoció el manchego recogiendo el testigo del técnico del Athletic, Ernesto Valverde, que en el epílogo de su alocución ante los medios tampoco pudo rendirse a la fuerza y el empuje de la que un día también fue su afición. “El ambiente ha sido espectacular y les ha permitido aguantar nuestro empuje, sin duda. Posiblemente haya sido el derbi con más ambiente que hemos disputado, el clima ha sido extraordinario”, se significó el Txingurri.

La historia más social del derbi, no obstante, ya había comenzado horas antes. Vitoria respiaraba ambiente de fútbol desde primera hora de la mañana y eso se dejaba notar en la zona del Casco y el centro, con aficionados de ambos equipos hermanados y después en ejemplar kalejira hasta Mendi, con parada obligada en puestos de avituallamiento habituales como el Manai, el Léniz o el Verode de Jito Silvestre. Baterías recargadas para dibujar al filo del mediodía una estampa espectacular con un campo, otra vez, al borde del lleno. De nuevo cerca de 20.000 espectadores para asistir al último derbi vasco de la temporada en casa y que no defraudó a nadie. 90 minutos de intensidad, piques y polémica; un partido de toma y daca, sin respiro a pesar de la altas temperaturas, que estuvo a la altura de la historia de ambos equipos. Fútbol vasco como antaño que sirvió al Alavés para ultimar su puesta a punto de cara a la final de la Copa. Porque el de ayer fue un test de altura donde no faltaron otra vez ni la máxima entrega ni la intensidad en el derroche. ¿El resultado?, un Glorioso cada vez más enchufado y metido en la final del 27 de mayo. Buena noticia.

decibelios en mendizorroza Y buenas sensaciones también dentro de un derbi donde siempre pasan muchas cosas, como ayer volvió a quedar de manifiesto ante el Athletic. Las hubo antes, durante y después, pero todas ellas enclavadas en un ambiente de buen rollo más allá de algunos piques puntuales. Se vieron muchísimas camisetas conmemorativas, no oficiales, de la final de la Copa en la grada, de la misma forma que el rojo se mezcló con el azul sin el mayor problema. Se jugó con intensidad en el terreno de juego, pero también en los banquillos y, especialmente, en la grada, donde el alavesismo silenció con abrumadora intensidad cada intento de la afición rojiblanca por entonar algunos gritos de apoyo a sus jugadores. En este sentido, y quizá por la histórica rivalidad con los vecinos, la megafonía albiazul registró ayer más decibelios de los habituales, generando por momentos un magnífico espectáculo entre los dos fondos de Cervantes y Polideportivo. La afición quería ayer fiesta a cuenta de su vecino del norte y la tuvo. Por eso cuando peor pintaban las cosas en los últimos instantes, con el Athletic encerrando al Alavés en su área y éste achicando balones a la desesperada, surgió el último aliento de la afición. Ese himno cantado a capela que pone los pelos de punta que hizo reaccionar a un equipo entregado y roto que a la conclusión, con el pitido final de Martínez Munuera, se desplomó literalmente sobre el césped.