Vitoria - Faltaban diez minutos para las nueve de la noche, los jugadores habían finalizado el calentamiento unos segundos antes y Mendizorroza se incendió. “¡Ale, Glorioso ale, Glorioso ale, Glorioso, aleeee!”. Con unas gradas ya prácticamente repletas, nadie quiso perderse el momento en el que el equipo que llevaba en sus piernas la ilusión de todo el alavesismo saltase al terreno de juego para encarar uno de los partidos más importantes en la historia de la entidad. Zuen urra-tsak jarraitzen, rezaba el tifo de Iraultza, flanqueado por las imágenes de dos leyendas del club como Konpa y La Paca, quienes estuvieron empujando desde las alturas al igual que lo hicieron los 19.307 alavesistas que se congregaron en el recinto del Paseo de Cervantes.
Desde el túnel de vestuarios, los jugadores pudieron escuchar claramente a todo Mendizorroza en pie, conformando un enorme mosaico azul y blanco, entonando el himno de su Glorioso. En un ambiente sobrecogedor, los once hombres llamados a la gloria con Manu García a la cabeza pisaban el verde en el que se jugaban las ilusiones de toda esa Vitoria que aplaude y acompaña.
El equipo respondió con creces a esa pasión de la grada y saltó encendido al verde. Comenzaban a llegar las oportunidades. Y también hacía acto de presencia ese jugador que mandó a este club a Segunda División B y que amenazaba con aguar de nuevo la fiesta del alavesismo. El Celta se aferraba a Iago Aspas. Mendizorroza contenía la respiración. Pero ahí estaba Pacheco, que ha pasado ya de santidad a divinidad de este club.
luchar En esos momentos de sufrimiento, la grada volvió a levantar a su equipo. “Mirad a la grada, que esos empujan”, afirmó el ayudante de José Bordalás, Nacho Fernández, en la última charla previa al partido del ascenso. Y vaya si empuja. En vínculo de compromiso que ha generado Mendizorroza es ineludible. Luchar, luchar y luchar. Y eso fue lo que hizo el equipo en una segunda parte plena de esfuerzo, ocasiones y juego pasional. Con el corazón, como no podía ser de otra manera.
Quedaban dos explosiones aún. La primera, el gol de Edgar. A los 82 minutos, el tinerfeño se convertía en leyenda. El viejo estadio se venía abajo. Casi un cuarto de hora de sufrimiento hubo de transcurrir todavía hasta que a las 22.52 horas el Alavés se clasificaba para su primera final copera. “Sí, sí, sí, nos vamos a Madrid”. A cumplir otro sueño.