Noventa minutos jugados con ambiente de prórroga. De ausencia absoluta de red. Más de quince años después de Dortmund se revivió el Gol de Oro. Desde el inició hasta el final flotó en el ambiente la sensación de que era un pleito de un acierto. O de un fallo. La actitud de ambos equipos ante la situación fue opuesta: mientras que el Alavés buscó con pasión decidir su destino, el Celta se limitó a omitir el error. Quizás a los de Berizzo les terminó por matar su superioridad de talento individual. Pensar que una de Aspas podía validar su planteamiento y destrozar el ímpetu del Glorioso. El Alavés interpretó la segunda mitad con la certeza de que no podía permitirse ese lujo. Los segundos cuarenta y cinco minutos pusieron sobre la mesa todas las virtudes del equipo y su único defecto: la solidaridad, el gregarismo, la excelente interpretación del fútbol, cierta facilidad para crear ocasiones. Todo eso frente al muro de la pegada. En base a esos pilares volcó el campo a su favor mientras Mendizorrotza asistía desesperada a un reguero de ocasiones perdidas. Ibai y Deyverson tuvieron las mejores. A modo de epílogo, Camarasa nos prolongó el sufrimiento. Quien más quien menos recordó la manida frase de “el que perdona la paga”. La inexistencia del Celta en ataque alimentaba la preocupación de los más pesimistas. En esa atmósfera cuasi trágica, solo un sentimiento sobrepasaba el miedo al fatalismo, el temor al destino, casi siempre cruel con el Alavés hasta anoche: la convicción en la victoria del equipo. Sus ganas de ganar ya habían inoculado en la afición la sensación de gratitud hacia un grupo de jugadores y entrenadores a los que no se podía pedir más. Hasta que llegó el gol de Edgar. En ese momento se condensaron dieciséis años. O quizás 96. Ese instante justificaba todos los otros momentos. La era Piterman. Los años en Segunda B. La casi desaparición. El gol de Coro en el 90. El de Savio en el 90. El puto gol de Geli. Todo ese pasado de sufrimiento se funde ahora con el futuro y la posibilidad de ganar el primer título de la historia. Reconocido el increíble recorrido, la mentalidad de Pellegrino y los jugadores es que todavía queda un partido para terminar el trabajo. Cuando le pregunté a Hermes Desio sobre cómo había sido posible que un equipo como el Alavés llegara a la final de la Copa, respondió una frase: “No sabíamos lo que era el imposible, por eso lo hicimos”. Con ese espíritu vivió, se arriesgó a morir y triunfó un equipo ya para la historia. Gracias.