Vitoria - El año 2016 que a punto está de cerrarse entra en la historia del Deportivo Alavés con letras mayúsculas y ribetes dorados. A la vuelta de la esquina están las 96 primaveras de un club que cierra doce meses gloriosos que le han conducido a uno de sus mejores momentos históricos tanto en el plano deportivo como en el institucional. El 2016 será recordado, sobre todo, como el del quinto ascenso a Primera División, pero en estos últimos meses también ha cimentado el club las bases de su asentamiento en la máxima categoría, ha finiquitado una de sus etapas más oscuras con el finiquito del concurso de acreedores y ha comenzado a sentar las bases de su futuro con un proyecto que incluye la remodelación de Mendizorroza, una nueva ciudad deportiva y una residencia en la que crecerán los jóvenes talentos que en el futuro tienen que protagonizar capítulos aún más gloriosos que los que este Alavés ha vivido en un 2016 que queda ya para el recuerdo.

La noche del 29 de mayo queda grabada a fuego en la memoria del alavesismo. El 2-0 contra el Numancia supuso la consecución del sueño del ascenso a Primera después de diez temporadas de andadura por las catacumbas del fútbol estatal de un club que a punto estuvo de la liquidación y que desplegó sus alas de nuevo. Como dice el himno, resurgió potente otra vez. El final del camino llegó apenas una semana después, con la consecución del título de campeón de Segunda División. Un trayecto trepidante, no exento de sufrimiento y culminado con un hito histórico, el de regresar a la máxima categoría cuando apenas nadie daba un duro por ello.

La historia del equipo que sorprendió a todo el mundo. O a casi todo. Así se podría titular el libro del ascenso albiazul. Por fortuna, incluso después de las peores tardes, hubo un grupo de alavesistas que nunca dejó de creer que el sueño podía convertirse en una realidad. El mando ideológico de un José Bordalás que caló hondo en Mendizorroza, el derrochador ímpetu de sus esforzados muchachos -como al técnico le gustaba decir- y una comunión con la afición como nunca antes se había visto produjeron una simbiosis que sirvió para recorrer el camino de regreso a Primera.

No se puede decir que fuese un fútbol bonito, vistoso o efectista. Ni mucho menos. Pero sí que fue lógico, práctico y, lo más importante, efectivo. La idea del técnico alicantino era muy clara y tampoco es que la plantilla diese de sí para grandes alegrías. Un núcleo duro de apenas once o doce jugadores, apoyados por relevos puntuales que supieron dar la cara cuando les llegó la hora.

El cuadro albiazul arrancó el nuevo año manteniendo la velocidad de crucero con la que había cerrado 2015, se proclamó campeón invernal y sumó cuatro victorias y un empate en sus primeros seis compromisos de 2016. Tras imponerse al Llagostera en la vigésima cuarta jornada, los vitorianos amasaban su mayor ventaja sobre el tercero, seis puntos. Justo en ese momento llegaría la crisis que desató las dudas.

Tras acumular diez victorias en doce compromisos, el Alavés encadenó seis partidos consecutivos sin ganar, sobre todo por sus graves problemas en Mendizorroza donde solo empataba. Los de Bordalás cedieron el liderato al Leganés y el Nàstic recortó el margen con el tercero hasta solo dos puntos. No lo sabía entonces, pero en ese tramo dramático el equipo cimentó su ascenso al no ceder su plaza de ascenso en su peor racha del curso.

El Domingo de Resurrección fue tal y una victoria en Córdoba, seguida de una segunda encadenada en Albacete, cuando se podía haber perdido el puesto de privilegio resultó clave para tomar oxígeno. Eso sí, justo después llegaría una nueva crisis, con cuatro partidos seguidos sin ganar de nuevo que supusieron que la renta mermase hasta los dos puntos otra vez. Como en el anterior período trágico, fue fundamental conservar la plaza de ascenso.

A partir de ahí, el águila retomó su vuelo imperial. El cabezazo de Llamas para superar al Valladolid; el regalo del Alcorcón a Dani Pacheco; la solvencia ante la Ponferradina con los inesperados Laguardia y Manu goleando; la taquicardia de Barakaldo con el capitán encarrilando el ascenso; y la fiesta frente al Numancia de nuevo con el vitoriano como maestro de ceremonias. Cinco victorias consecutivas que rubricaron un ascenso que tuvo su guinda con un empate en Tarragona que sirvió para que El Glorioso culminase el curso como campeón.

Un proyecto nuevo El ascenso a Primera tuvo como consecuencia un golpe de timón en toda la parcela deportiva. Una remodelación profunda que se llevó por delante a gran parte de los responsables del éxito, comenzando por Javier Zubillaga, siguiendo por José Bordalás y terminando por casi todos los componentes de la plantilla. Sergio Fernández llegó a Vitoria para hacerse cargo de la dirección deportiva y lo propio hizo Mauricio Pellegrino en el banquillo. De sus manos, toda una catarata de fichajes para componer un equipo que antes del inicio del curso parecía cargado de dudas por ser un recién llegado plagado de caras nuevas que ni siquiera había tenido tiempo de hacer una pretemporada en condiciones.

Desde el primer día se encargó el grupo en disipar cualquier atisbo de duda. El técnico argentino consiguió lo que parecía increíble: ensamblar un equipo con una idea clara de juego en un período de tiempo muy corto. Empate en el Vicente Calderón, campanada en el Camp Nou, visitante muy peligroso, primera victoria del curso en Mendizorroza... Todo parecía redondo, pero las dudas resurgieron con dos derrotas consecutivas y los problemas que evidenciaba el equipo para ganar como local. Por fortuna, el buen rendimiento lejos de Vitoria impidió la caída al abismo y un cierre de año con cuatro jornadas consecutivas sin perder en las que se han sumado ocho puntos ha permitido llegar al 2017 con tranquilidad y la confianza que da saber que este Alavés tiene poderosas razones para seguir manteniendo la plaza en Primera que se ganó en 2016.

Eso en lo que se refiere al plano deportivo, ya que en lo institucional y social el club sigue dando pasos en su crecimiento. Finiquitado ya judicialmente el concurso de acreedores, se cierra una etapa negra en lo económico, una parcela en la que ahora se ha abierto un panorama del todo desconocido con el ascenso y el millonario ingreso -40 millones de euros- que suponen los derechos televisivos. Precisamente, la idea es invertir parte de ese dinero en dotar al club de patrimonio propio, con la remodelación y ampliación de Mendizorroza hasta los 32.000 asientos, una nueva ciudad deportiva y la adquisición ya ejecutada de una residencia para jóvenes talentos. Proyectos para seguir creciendo en el futuro de una entidad más respaldada que nunca, con más de 15.000 socios que hacen que el estadio del Paseo de Cervantes sea una fiesta en cada partido de un Glorioso que aspira a repetir en el futuro los éxitos del año que se cierra.