Vitoria - La ausencia por sanción de Alexis Ruano devolverá la titularidad a un Víctor Laguardia que se ha visto obligado a seguir desde la grada los tres últimos partidos de un Deportivo Alavés que ha echado mucho de menos en este periplo a quien se ha convertido en el particular jefe de su defensa. La lesión muscular que le obligó a abandonar el césped de Anoeta a los 56 minutos del derbi abrió de par en par un socavón en el eje de una zaga que perdió al que había sido su mejor elemento hasta entonces, formando una pareja sensacional con el propio Alexis. A pesar de cometer algunos fallos importantes en sus primeros encuentros -el penalti ante el Atlético o el gol en propia puerta en Valencia-, el zaragozano había conseguido asentarse en el eje de la zaga, aportando solidez y contundencia. Todo un seguro de vida al que se ha echado mucho de menos en unos últimos compromisos en los que la media de goles encajados ha crecido de manera evidente en su ausencia.
Tras sufrir una dura lesión de tobillo en la pretemporada, Laguardia comenzó el curso como tercer central, por detrás de dos recién llegados como Alexis, que aportaba la experiencia y la fuerza, y Feddal, que ponía la altura y el toque. Pero esa situación de suplente duró apenas doce minutos. El marroquí tuvo que abandonar el césped del Vicente Calderón y ahí entró el maño a dar la alternativa en el eje de la zaga después de dos campañas evidenciando ser uno de los mejores centrales de Segunda División y pieza fundamental en el ascenso.
Quizá en sus primeros encuentros la adaptación se le hizo un poco cuesta arriba -su experiencia en Primera se limitaba a tres partidos en la temporada 2009-10, con apenas 19 años- y cometió unos cuantos errores. Por ejemplo, el penalti sobre Fernando Torres en el estreno. O el fallo de marcaje a Mathieu que propició el empate del Barcelona. O el gol en propia puerta en Valencia. Salía entonces el maño mal parado en las imágenes, pero al mismo tiempo dejaba actuaciones muy convincentes, merced a su capacidad para ir adaptándose a las exigencias de una nueva categoría en la que la calidad de los atacantes y, sobre todo, su velocidad, supera ampliamente a lo que conocía de etapas precedentes. El único debe permanente, el de la salida de balón, es una cuestión que nunca ha sido su fuerte y se le sigue atragantando, aunque no por ello se arredra y es uno de los pocos jugadores del equipo capaces de romper líneas avanzando metros con el esférico controlado, al más puro estilo Beckenbauer.
“Desde el principio el entrenador y los compañeros me han dado confianza y me siento cómodo, pero es evidente que entre Segunda y Primera hay una diferencia de calidad importante. Antes podías cometer un error y esa jugada no acababa en gol, pero en Primera como cometas un fallo el porcentaje de que esa acción acabe en gol es muchísimo más elevada. Todo pasa por mantener siempre la concentración para no cometer esos errores porque hay un nivel de calidad mucho mayor que es el que marca la diferencia entre Primera y Segunda”, señaló tras el entrenamiento.
El paso de las jornadas le sirvió para adaptarse y así recuperó esa solidez tan bien conocida. Seguro, rápido y contundente. Cuestión esta última, la de dar una patada a tiempo o despejar un balón con fuerza, que muchos jugadores olvidan demasiadas veces entre la elegancia que caracteriza al juego de Primera. Esos valores le convirtieron en pieza fundamental como salvaguarda de Fernando Pacheco en una zaga que por momentos funcionó de maravilla. Un sensacional rendimiento defensivo aderezado incluso con un gol -a balón parado, especialidad de la casa- en un saque de esquina, aunque finalmente de su acierto no sirviese para puntuar en Sevilla.
Laguardia acumulaba 764 minutos en la competición liguera antes de caer lesionado en Donostia. En ese período, el Alavés encajó nueve goles. Prácticamente, uno por cada 85 minutos del zaragozano sobre el césped. Justo segundos después de abandonar el campo en Anoeta, la Real Sociedad dinamitaba el derbi con su segunda diana. Llegaría luego una tercera. Y los cuatro goles del Real Madrid. Y el del Espanyol el pasado domingo con una zaga incapaz de dar un pelotazo y alejar el peligro. En total, sin el maño sobre el verde la cifra de tantos encajados por minuto se reduce de manera sintomática. Prácticamente hasta la mitad. De casi 85 a poco más de 45. Cierto es que cada partido es un mundo, pero parece innegable que algo también tendrá que ver una ausencia que el maño ha aprovechado para aprender desde la grada.
“Fuera lo paso peor y estoy más nervioso porque no controlas nada, pero viene bien también para ver detalles y aprender de mis compañeros que juegan en mi posición. Saco un buen aprendizaje de jugadores que tienen muchos partidos en Primera División y con eso me quedo de estos encuentros desde la grada”, concluyó.