Pamplona - “No importa que llueva si estoy cerca de ti narana, nanana, narana, nanana”. El comienzo de la canción de Efecto pasillo es uno de los habituales en el repertorio de la afición alavesista en los últimos tiempos y se recurre a él cada vez que las condiciones climatológicas deparan agua del cielo. Como anillo al dedo ayer en las calles de Pamplona, donde el invierno sobrevino de repente. Sin otoño mediante, directamente desde el verano. Lluvia constante y frío permanente. Era lo de menos, jugaba el Deportivo Alavés. Y hasta la vieja y sanferminera Iruña se desplazó masivamente una afición para la que la única pena fue no disponer de muchas más entradas para acceder a El Sadar. Y es que, en días como el de ayer, se podía haber llenado dos veces el estadio navarro con absoluta tranquilidad.
Pero ni siquiera el hecho de no poder acceder al campo fue impedimento para que muchos alavesistas se desplazaran hasta Pamplona. Si no podía ser desde dentro, seguirían el partido desde fuera. El hecho de que Osasuna sacase a la venta el viernes apenas doscientas entradas de manera casi clandestina propició que algún albiazul más pudiese entrar al estadio, aunque no fuesen muchos. Otros que habían pensado madrugar para ver su existía la posibilidad de hacerse con algún billete ayer mismo por la mañana no se arredraron al ser conscientes de que ese objetivo era casi misión imposible. Ni siquiera la negra mañana les echó para atrás. Cuando más cerca del Alavés, mucho mejor.
A mediodía, bullían en los prolegómenos del derbi calles como San Nicolás, Estafeta, Cuesta de Labrit, Navarrería o Calderería. Confraternización entre rojillos y albiazules. Antes, durante y después. Potes, pintxos, abrazos y largas conversaciones. Los hosteleros de Vitoria, Bilbao, Donostia, Pamplona y Eibar están de enhorabuena este año, ya que cada una de las localidades tiene cuatro visitas de los vecinos -ruidosos, jaraneros, pero excelentes bebedores y comedores- aseguradas. Pocos más contentos que ellos en esta Primera División vasca como nunca antes.
Los afortunados que tenían su billete en el bolsillo, se fueron de la mano a El Sadar. En Vitoria han desistido de sus kalejiras, pero desde la Plaza de los Fueros al estadio ayer se vivió una riada de aficionados albiazules y rojillos hermanados. Los que no podían acceder, vivieron el partido en el casco viejo. Tampoco era mal sitio para pasar un día que acabó siendo festivo, como viene sucediendo en unos últimos años en los que Alavés y Osasuna han coincidido reiteradamente después de muchas temporadas sin cruzarse.
Así, a los pocos más de ochocientos alavesistas que tenían su asiento en el campo asegurado, se unió otro nutrido grupo -calcular la cifra es del todo imposible- que recorrió de buena mañana la distancia entre las dos capitales con la excusa del fútbol. Podían haberse quedado en Vitoria -más aún en un día de perros de frío y agua-, pero el ambiente no hubiera sido el mismo. Y es que, más allá del balón, El Glorioso arrastra. “No importante que llueva si estoy cerca de ti”, cantaban al unísono unos y otros.