Donostia - Quien esperase que la representación del alavesismo en las gradas de Anoeta se iba a limitar a las 810 entradas que el club donostiarra envió a la entidad del Paseo de Cervantes ya sabía que se equivocaba de antemano. Tantos años esperando volver a vivir los derbis en Primera División habían despertado la ilusión de una masa albiazul deseosa de afrontar el primer gran desplazamiento de la temporada. Por eso, que en Vitoria se hubiese recibido una cantidad baja de entradas no suponía impedimento alguno cuando la capacidad del recinto a visitar se va por encima de los 32.000 asientos, muchos de ellos habitualmente vacíos. La falta de pases no se convirtió en excusa para un alavesismo que se desplazó masivamente a Donostia para contribuir a teñir la ciudad y su estadio con los colores de El Glorioso que son compartidos con los de la Real Sociedad. Por eso, Anoeta lució ayer más en azul y blanco que nunca.

Los cien kilómetros y las dos carreteras que separan la capital alavesa de la guipuzcoana se convirtieron en un desfile de vehículos en la mañana de ayer. El primer objetivo, y el más complicado, estacionar en los alrededores de Anoeta, un lugar donde encontrar aparcamiento nunca resulta sencillo. De allí, larga romería de ida hacia la Parte Vieja, punto de encuentro de alavesistas y también de realistas, que se mezclaron en las calles más concurridas de la Bella Easo en los prolegómenos de un derbi entre amigos.

Como ocurre siempre en los desplazamientos, las horas previas se dedican a dos placeres: turismo y gastronomía. Las bufandas alavesistas, muchas de ellas acompañadas también de portadores de la txuri-urdin al juntarse muchos amigos, contemplaron una ciudad especial, moderna tras su reconstrucción después haberse consumido entre las llamas en 1813. La plaza de la Constitución, donde cada año resuena la tamborrada; la catedral del Buen Pastor; el Ayuntamiento, que en su día fuera el casino Montecarlo; el teatro Victoria Eugenia; o el cinematrográfico hotel María Cristina reclamaron la atención de las cámaras fotográficas. Incluso hubo quien quiso pisar la arena de La Concha o dejarse acariciar por la brisa en el Peine del Viento.

gastronomía, el octavo arte Alimentada el alma, era el tiempo de la panza. Y es que en Donostia la gastronomía se ha convertido en el octavo arte. Y el pintxo, en religión. De la tradición a la vanguardia, sobre las barras de la infinidad de bares que pueblan la Parte Vieja desfilaban sin freno esas delicias en miniatura, bien regadas por zuritos, txakolís o el requerido Rioja Alavesa con el que se acompañaron muchos alavesistas que optaron por el picoteo de bar en bar antes que sentarse en torno a una mesa, elección de muchos otros. Minimalista todo, menos el precio. No en vano, hay quien, medio en broma medio en serio, ha llegado a calificar San Sebastián como “la ciudad más cara del mundo”.

Para hacer homenaje al visitante, incluso en algún garito de la calle Juan de Bilbao atronó con fuerza el himno alavesista. Y, precisamente, por allí apareció una leyenda de la historia reciente del club, un Jagoba Beobide recibido por los aficionados al grito de “gudari, gudari, gudari”. Finiquitado el condumio, el alavesismo se sumó masivamente a la kalejira dispuesta por Iraultza 1921 junto a los anfitriones de Real 1909 Fans. Un desfile que, partiendo desde el Boulevard, tiñó todas las calles de Donostia hasta Anoeta de blanco y azul. Jugadores que no estaban convocados como Barreiro y Llamas vieron pasar la procesión, extasiados con el incasable ánimo de esta afición que tan bien conocen. En los aledaños del estadio, los miembros de las peñas y muchos aficionados rindieron un emotivo homenaje al asesinado Aitor Zabaleta en el monolito en su recuerdo.

Una vez dentro de Anoeta, cada cual defendió su escudo. El grupo de alavesistas más nutrido, desde uno de los fondos. Pero a lo largo y ancho de todas las gradas se pudieron ver, por difíciles que fueran de diferenciar, camisetas del Glorioso en una jornada en la que el derbi fue más azul y blanco que nunca.