vitoria - El próximo domingo el sosiego regresará a Mendizorroza. El estadio del Paseo de Cervantes volverá a inundarse de calma y tranquilidad. La que desprende la figura de Alberto López, el que fuera entrenador del Deportivo Alavés durante la pasada temporada y el epílogo de la anterior que dirige desde hace apenas una semana los designios del próximo rival albiazul, el Valladolid. Pese a que durante su periplo en el banquillo del Glorioso vivió emociones que habrían acabado con el corazón y la estabilidad emocional del más pintado, el guipuzcoano no perdió la serenidad en ningún instante y transmitió siempre la imagen de hombre tranquilo capaz de aplicar el sentido común para escapar de los problemas. Ni siquiera cuando el club decidió no seguir contando con él pese a haber cumplido con creces con los objetivos marcados se le escapó una palabra altisonante. Tras unos meses fuera de servicio, la destitución de Miguel Ángel Portugal la pasada semana volvió a abrirle la puerta de la Segunda División para recalar precisamente en la ciudad en la que cerró su etapa como jugador profesional.

El Valladolid conoce de sobra su estilo y ha recurrido a él para encomendarle lo que se antoja poco menos que otra misión imposible. Conseguir que la escuadra pucelana arregle en este tramo final su pésima campaña -es el tercer técnico que lo intenta- y logre clasificarse para los play off de ascenso. En su estreno no pudo pasar del empate (logrado en el descuento) en casa ante el Lugo pero este tropiezo ni mucho menos derribará el convencimiento del irundarra de que es capaz de sacar este reto adelante. Aunque para ello tenga que empezar por estropear el sueño de su antiguo equipo este fin de semana.

Porque lo cierto es que la constancia, la fe y la confianza en sí mismo, sin alharacas ni salidas de tono, han sido las señas de identidad de la trayectoria de Alberto tanto en su etapa de jugador, como portero de la Real Sociedad y Valladolid (donde colgó los guantes a los 40 años), como de entrenador. Esa trinidad de virtudes adorna el magisterio silente de quien no se arredró cuando en numerosas ocasiones fue relegado a la suplencia. Muy al contrario, opositó a la titularidad sin dejar de ayudar a los jóvenes valores que le adelantaron bajo los palos, casos de Asier Riesgo en la Real Sociedad y de Sergio Asenjo en el Valladolid.

A punto de cumplir los 47 años, el guipuzcoano fue, en su época bajo los palos, un eslabón más de la tradicional escuela de porteros donostiarra de la que han formado parte grandes figuras como Ignacio Eizaguirre, José Ramón Esnaola, Peio Artola, Javier Urruticoechea, Luis María Arconada o su inmediato antecesor, José Luis González. El fichaje de éste por el Valencia dejó el campo libre a Alberto como titular en el viejo Atocha, principio de una trayectoria como txuri urdin que culminó en 2005 a los 37 años después de diecisiete temporadas en el equipo.

Esos valores de trabajo y perseverancia de los que hacía gala vestido de corto son los que reclama también ahora en su nueva etapa de entrenador y serán los que tratará de inculcar ahora a los jugadores del Valladolid. Con algunos de ellos coincidió como jugador en este club entre 2006 y 2009, caso del actual capitán, Álvaro Rubio, con el que ascendió a Primera División en la campaña 2006-2007. La recuperación anímica y de la identidad perdida son dos de los aspectos que el nuevo entrenador trabajará en un equipo en caída libre durante las últimos jornadas y que ve cómo se le escapa casi definitivamente el sueño de pelear por el ascenso pese a la fuerte inversión realizada.

Fiel a su personalidad, Alberto ni mucho menos llegó a Pucela con una revolución bajo el brazo. Muy al contrario, su discurso destila tranquilidad por todos sus poros. “En fútbol se hace camino al andar. Voy a hacer cosas muy normales, no voy a volver locos a los jugadores y a convertir esto en un cambalache, los veo muy predispuestos pero algo faltos de confianza después de los malos resultados”, significó como principales hitos de su particular hoja de ruta. Junto a ello, conceptos básicos que suscribiría cualquier colega. “Lo que más les digo a los chicos es que se muestren sólidos atrás porque eso es un denominador común en los equipos que están arriba en Segunda, todo ellos son complicados de batir. Un entrenador debe adaptarse a los jugadores que tiene pero yo he tratado de explicar a la plantilla lo que yo quiero”.

Con estos argumentos por bandera, el domingo tratará de poner, en la que fue su casa, la primera piedra de su nuevo proyecto. Sin estridencias que distraigan del objetivo y con la cordura y la lógica como principales aliados para acompañar al guante de seda con el que dirige todos sus movimientos, Alberto aspira a seguir avanzando en la carrera de fondo que supone la trayectoria de un entrenador. Casi un año en paro no le ha restado ni un ápice de la confianza en sus posibilidades y en Valladolid ha encontrado un escenario que conoce como pocos. Claro que, al otro lado, estará un Glorioso que también le conoce a la perfección. El desenlace del duelo es una incógnita pero lo que está garantizada es la cordialidad del saludo.

Oportunidad. Después de que el Alavés no le ofreciera renovar el pasado verano, Alberto ha permanecido sin entrenar durante casi un año hasta que la pasada semana el Valladolid, donde se retiró como jugador, recurrió a él para sustituir a Miguel Ángel Portugal.

Estreno. El entrenador guipuzcoano se estrenó al frente de la escuadra blanquivioleta el pasado fin de semana con un pobre empate (1-1) como local ante el Lugo logrado una vez superado ya el minuto 90 de la contienda.

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Puntos tiene el Valladolid en estos momentos en su casillero. A falta de las seis últimas jornadas por disputarse, la escuadra castellana se encuentra en la 15ª posición, a diez puntos del último puesto que da acceso a los ‘play off’ de ascenso. La visita a Mendizorroza supone la última oportunidad de los pucelanos para no descolgarse definitivamente de una pelea por regresar a la Primera División que tienen ya muy complicada.