Vitoria - Pocas veces, por no decir ninguna, ha sido posible observar a Alberto López fuera de su juicio cabal, sumido en un estado de éxtasis colectivo como el que manifestó en aquella lejana tarde en la Nueva Victoria de la pasada temporada, donde el Alavés logró in extremis la permanencia con un partido épico que aún hoy continúa erizando la piel de aficionados, periodistas, jugadores y del propio Alberto, que desde entonces siempre ha hecho gala de un discurso y una actitud públicas casi monacales que ponen de manifiesto la existencia de dos personalidades bien distintas. Desde el 24 de marzo de 2014 hasta ayer ha pasado un año. Restaban once jornadas para la conclusión del campeonato y Javier Zubillaga cortaba la sangría deportiva por lo sano jugándose el futuro del equipo, y el suyo propio, a la única baza posible que entonces escondía su baraja. Por el camino ya antes había despachado a Natxo González y meses después a su sustituto, Juan Carlos Mandiá, de modo que para esa última bala que representaba el novato Alberto ya no había retorno. En ese “ahora o nunca” que supuso su nombramiento, el irundarra logró el objetivo, sumando en esas últimas once finales un total de 18 puntos (cinco triunfos, tres empates y otras tres derrotas), a la postre suficientes para garantizar la permanencia de El Glorioso en la categoría de plata.
A pesar de aquel notable éxito, su continuidad al frente del equipo nunca fue prioritaria para la directiva albiazul, que siempre interpretó su presencia en el primer equipo como interina. Solo la falta de candidatos al banquillo en las semanas posteriores propició su continuidad en la caseta de Mendizorroza. Desde entonces, ha sumado otros 30 partidos como máximo responsable con un balance que ofrece las luces y sombras propias de una trayectoria profesional. Porque al margen de cifras y porcentajes, las sensaciones que surgen de su gestión en estos meses de competición resultan dispares. Después de atravesar unas semanas de alta tensión tras la suma de varios episodios nefastos, el Alavés ocupa en estos momentos un lugar de la zona tranquila de la tabla -es 14º con 38 puntos, a nueve del descenso y a ocho del play off- con buenas perspectivas para encarar el final de temporada sin las angustias de antaño.
Es responsabilidad suya, coinciden varios técnicos alaveses consultados por este periódico, la consecución de los objetivos para los que fue dispuesto -la salvación la pasada campaña y la permanencia en ésta-, y también la generación de un entorno de serenidad y calma aún en los episodios de mayor presión, que los ha habido en los últimos meses. En todos ellos, y a pesar de las evidencias, nunca ha mostrado el técnico la sensación de descontrol, crítica o hastío hacia su vestuario. Más bien todo lo contrario, de ahí que la confianza y el respeto con todos sus jugadores, a priori, parecen recíprocas. Un aspecto éste que algún colega, en cambio, pone en duda a tenor de lo visto sobre el terreno de juego. Se le acusa en este sentido al irundarra de no tener el mismo criterio con todos los jugadores de la actual plantilla ni con los partidos, con independencia de que se celebren en casa o fuera. También se le echa en cara la falta de ambición en los planteamientos de gran parte de la temporada, la poca valentía para con un plantel que por potencial, juego y calidad debería estar luchando por metas más altas que evitar el descenso, y la falta de regularidad. Juicios de valor que quedaron de manifiesto en duelos infames como los de Huelva, Sabadell o Llagostera, por citar algunos recientes. Y también en su debe, o no, se asoma la habilidad para reconocer los errores, enmendar la plana y establecer una hoja de ruta que se ha demostrado solvente y eficaz en partidos como local ante el Leganés, Zaragoza, Mallorca y Osasuna, donde sumó diez goles y no encajó ninguno. Un escenario que ahora debería tratar de impulsar como visitante, donde sigue sin dar la talla a pesar de que el domingo, ante el Lugo, perdió con otra cara que pone de manifiesto que sí es posible jugar con valentía y acabar sumando...
El técnico irundarra se hizo cargo del equipo la temporada pasada tras la destitución de Juan Carlos Mandiá. Dirigió once partidos, el último de ellos en Jaén, donde el Alavés logró la salvación. A día de hoy lleva 30 partidos como máximo responsable del primer equipo. Su balance es este: Ganados. 14
Perdidos. 13
Empatados. 13
Goles a favor. 53
Goles en contra. 47