vitoria - Pocas veces un empate, y además foráneo, había provocado tantas muestras de rechazo y animadversión entre aficionados, seguidores y medios de comunicación como el que el Alavés cosechó el domingo en Huelva, donde el Recreativo, que agonizaba tras sumar un punto de los últimos 27 disputados, resucitó tras ingerir la milagrosa aspirina albiazul, que finalmente levantó al muerto. El despropósito ante ese equipo peor clasificado puede que incluso afectara a los propios jugadores, si bien criticar públicamente lo ocurrido suele ser síntoma inequívoco de que el sujeto se queda fuera de la foto, así que por ahí las lecturas del vestuario siempre se han alineado con la que incrustó Alberto López, que al menos a estas alturas ya no esconde que lo prioritario es siempre sumar aunque sea a costa de un estilo soporífero y rácano, sin alma, carente de valentía y sin la ambición necesaria para poner tierra de por medio con un rival claramente inferior.

Mucho de esto se hizo patente en el empate a cero del domingo en el Nuevo Colombino, lo que encendió al alavesismo como pocas veces se había visto en la presente temporada. En consecuencia, el debate ha vuelto a instalarse encima de la mesa: ¿A qué se quiere que juegue el Deportivo Alavés, a no perder, especular y aburrir o a saltar al campo con alegría y valentía y morir en el intento?

Con la segunda vuelta recién comenzada y todo lo que hay en juego para el equipo, el debate no resulta baladí. Entre otras cosas porque el estilo impostado por Alberto y Javier Zubillaga también puede ser válido si se observa con el detalle preciso. Otra cosa bien distinta es si con las herramientas que ambos técnicos proponen será capaz el equipo de aguantar lo que le resta de temporada sin salir trasquilado. Con la propuesta del domingo en Huelva, el proyecto albiazul sumó un nuevo punto -el cuarto en dos partidos-, mantuvo su portería a cero por segunda vez consecutiva, recuperó jugadores para la causa como Rafa García y, asegura Alberto, “se compitió”. En contra, cabría decir también, el Alavés manifestó una semana más un descontrol absoluto del tiempo y estilo del partido, incrementó su alarmante desgana ofensiva, apenas generó una sola ocasión de peligro, hizo malos a jugadores técnicamente impecables como Manu Lanza y sumó un punto, sí, o dejó de ganar dos, lo que dio lugar a otro peligroso acercamiento a los puestos de descenso, que en estos momentos ya están a cuatro puntos de los intereses albiazules.

Resulta endiabladamente complicado tratar de discernir porqué el técnico del Alavés sigue empeñado en correr tanto peligro cuando goza de mimbres y jugadores para lo contrario. Porque arriesgar y contener ante equipos menores a los que se debería enfrentar con otra actitud y otro talante. Puede que, como dijo el otro, el estilo ni se toca ni se negocia sin embargo conforme avanzan las jornadas, y los propios jugadores ya no lo niegan en público, la sensación de que al equipo le falta una marcha resulta palmaria. Una velocidad más y un soplo de autostima de paso que les devuelva la misma ilusión, carácter y ambición que ya demostraron este año en varios partidos. Se trata, y urge, de cambiar hacia un estadio mental que impida a los jugadores contemplar el punto conseguido ante el Recre o el Las Palmas casi como una derrota en lugar de lo contrario, y se trata de evitar que un empate destile ese sabor amargo de angustia que parece estar paralizando a unos y otros. Y eso solo se consigue con confianza en el juego individual y colectivo. Dos recetas quizá sobrevaloradas ahora en un Alavés que el sábado volverá a enfrentarse a sus miedos.