Valladolid - “Vino al Valladolid para un año y...”. Acabo quedándose tres temporadas, convertido en una referencia en la historia del club y dejando tras su estela una imagen de hombre humilde y reflexivo, buen compañero y amante de una vida sencilla con buen gusto por la gastronomía. La capital castellana supuso la última parada de Alberto antes de colgar las botas. Tras abandonar la Real Sociedad, el hoy entrenador del Deportivo Alavés quiso estirar una carrera que ya por entonces era bastante longeva. No le importó tener que bajar de categoría para recalar en Segunda División. Corría el mes de julio de 2006 y el guardameta irundarra cambiaba por primera vez de camiseta cuando contaba ya 37 años. Lo había sido todo como txuri urdin y entonces no sabía que como blanquivioleta también estaba destinado a marcar su impronta. Un ascenso, premio Zamora de Segunda y tres temporadas residiendo a orillas del río Pisuerga. Su último partido lo disputó el 14 de enero de 2009 y en junio, ya con 40 años, colgaba las botas y ponía fin a una trayectoria espectacular dejando tras de sí muchos amigos en el club vallisoletano que aún le recuerdan con enorme cariño y que esperan reencontrarse este domingo con él en su antiguo hogar. DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA ha viajado hasta Valladolid para hablar de aquella etapa con el presidente del club, Carlos Suárez Sureda; sus excompañeros Alberto Marcos y Álvaro Rubio; el delegado Paco Santamaría y el periodista Manu Belver, de El Día de Valladolid.
“Se ganó a la gente, pero no por ser simpático”
Al máximo mandatario del Valladolid desde 2001 la altura le delata. El baloncesto antes que el fútbol. Tanto que llegó a ser profesional en Orense y Obradoiro después de haber pasado por las categorías inferiores de Barcelona, Joventut, Español y Real Madrid. Este leonés descubrió el fútbol en A Coruña, donde se convirtió en seguidor del Deportivo. En mayo de 2001 desembarcó en la gestión de un Valladolid en crisis. Llegaba para resolver una cuestión puntual y estar tres meses en la gestión, pero ya es el presidente más longevo en la historia de la entidad. Curiosamente, este hecho entronca con los primeros pasos de Alberto a orillas del Pisuerga. “Alberto llegó porque buscábamos un tercer portero que tuviera experiencia. Pensamos que un tío así para un año nos podía servir. La realidad es que duró unos cuantos más. Demostró la experiencia que tenía y contribuyó muchísimo a lo que el club y el vestuario necesitaban. La duración de nuestra relación se alargó por méritos propios suyos”, explica el presidente.
Suárez Sureda tiene un año más que el propio Alberto y esa afinidad en la edad propició una relación especial entre ambos que aún hoy se mantiene. “Cada vez que voy al norte aprovechamos para vernos. De aquí se fue un jugador y ganamos un amigo. Era muy pausado, muy tranquilo, veía las cosas desde la experiencia y creo que es el mismo camino que está siguiendo como entrenador. Va paso a paso, no suele tener prisa, no intenta acelerar los procesos y va viendo todo con la relatividad que hay que ver las cosas en el fútbol. Aquí se ganó el respeto y cariño de todo el mundo, pero no fue por ser simpático, tener buena cara o el chavalote y el estamos que no se quita de la boca. Lo suyo es una labor de ir poco a poco y así se ganó a todo el mundo. Es un corredor de fondo que se gana a la gente con su forma de actuar”, detalla.
El propio presidente fue uno de los primeros en enterarse de la decisión de Alberto de colgar las botas. Había cumplido ya los 40 años y la última temporada se la había pasado prácticamente en blanco. Además, la idea de entrenar ya le bullía por la cabeza: “Ya empezaba a tener el gusanillo de ser entrenador. Podía haber alargado un poco más su carrera, se cuidaba y llevaba una vida centrada en el fútbol”, concluye Suárez.
“Está siempre ahí cuando lo necesitas”
El nombre de Alberto Marcos representa uno de los trozos más importantes de la historia del Valladolid. El madrileño es historia viva del club blanquivioleta, en el que militó durante 15 temporadas consecutivas, las mismas que Luis Mariano Minguela. El lateral izquierdo ostenta varias marcas dentro del club, además del récord de temporadas: es el jugador que más partidos de liga (438), más partidos oficiales (471), más partidos de Primera (361) y más minutos en la elite (31.610) ha jugado. El eterno capitán fue en su día compañero de Alberto en el vestuario del José Zorrilla donde, tras dejar la dirección deportiva el pasado verano, ejerce como director de la Fundación Real Valladolid.
Una sonrisa no tarda en aparecer en su rostro cuando se le menciona el nombre de Alberto, quien le quitó el dudoso honor de ser el más veterano en el vestuario: “Al principio lo que te transmite es tranquilidad, experiencia y, sobre todo, a mí alegría porque entonces ya no era yo el mayor, lo era él. Fue muy grato. En muy poquito tiempo es de las personas que dentro del fútbol merecen la pena. El año fue espectacular en todos los sentidos. Muy sensato, profesional, ni una mala cara ni un mal gesto. A nivel personal hicimos una relación impresionante. Es de esta gente que sabes que la tienes ahí aunque no hables todos los días. Fue un apoyo muy grande. Te daba tranquilidad y su punto de vista era el de la experiencia”.
Alberto Marcos reconoce ser una persona despistada, de las que no se dedican a estar todo el día colgadas del teléfono para hablar con los viejos amigos. “Creo que nuestras mujeres hablan mucho más entre ellas que nosotros”, asegura. Pero, al tiempo, sabe de primera mano que quien fuera su compañero sigue estando el primero de la fila a la hora de responder cuando se le necesita. “Sin querer te juntas. Siempre necesitas una persona que esté por encima y te pueda ayudar. Si alguna vez metes la pata, como yo soy dado a ello, ahí está él con sus consejos para ayudarte. No es una persona impulsiva. Es alguien que se piensa mucho las cosas y no va a dar un paso en falso. Siempre lo analiza todo. Tiene un punto de vista muy frío. Se puede equivocar, pero no será por no haberlo meditado o por no haber buscado otras posibilidades alternativas a la que se le ocurre en el momento”, destaca. Como defensa, el lateral izquierdo madrileño sintió de cerca la presencia de Alberto y de él destaca su facilidad para leer e interpretar los partidos, una virtud que entiende que ahora ha trasladado al banquillo: “No tiene un punto de vista individual. No sé si por ser portero y estar siempre pendiente del equipo desde atrás pero leía muy bien los partidos”.
Marcos es un torrente de palabras. Casi lo contrario que un Alberto siempre pausado en su discurso, como midiendo cada frase. Igual antes que ahora. Nunca hablar sin haber pensado antes lo que se va a decir. “No es temperamental. Era introvertido. No se pronunciaba mucho, pero cuando lo hacía tenía ese puntito de humor negro... No te lo decía directo, pero cuando le ibas conociendo las perlitas que soltaba eran buenas. No era un compañero de pegar cuatro voces, te decía las cosas de otra manera. Me acuerdo una vez que nos pillaron un contraataque y llegaban cuatro o cinco solos. Yo me hubiese alterado, pero a él solo se le ocurre decir ¿Pero por qué hay tanta gente libre? Con ese tono suyo, nos quedamos mirando y nos empezamos a reír. Otro te hubiese chillado”, recuerda.
También tiene bien presente el director de la Fundación Real Valladolid el momento en el que le comunicó que colgaba las botas. “Con la edad que tenía... Nosotros le decíamos que siguiese, pero con la boquita pequeña”, bromea. Más en serio, asegura Alberto que entonces perdió un compañero pero que la relación con el amigo se ha mantenido vigente aún en la distancia: “Yo me quedo con la relación que hemos mantenido con los años. Yo soy un desastre y no soy mucho de llamar, pero sé que siempre le tengo ahí. Me dolió cuando se fue y desde entonces hemos quedado muchas veces, aunque tienen más relación nuestras mujeres entre ellas que nosotros”.
“Le gusta salir a comer y las sobremesas”
Álvaro Rubio desembarcó en Valladolid el mismo verano que el propio Alberto. Tenía entonces 27 años y actualmente vive su novena temporada como blanquivioleta, siendo el único superviviente de aquel trienio en el que el actual entrenador del Alavés se mudó de Hondarribia a la ribera del Pisuerga. El centrocampista de Logroño era entonces aún un aprendiz y hoy ejerce de veterano. Un papel que aprendió de la mano de un maestro al que ahora considera un ejemplo de profesionalidad. “Cuando vino todo el mundo le respetaba. Al principio parecía un tío serio, pero luego conociéndolo estuvimos muy a gusto todos y yo personalmente aprendí mucho. Como persona es un diez y dentro del vestuario se hace querer. A la gente veterana, y más viniendo de fuera, se le respeta muchísimo y siempre te fijas en ese tipo de gente y más cuando sabes que es un buen veterano. Hay veces que los veteranos no dan buen ejemplo, pero en este caso era un diez en todos los sentidos. Cuando jugaba y cuando no jugaba, siempre entrenaba a tope, con buenas palabras para todos los compañeros”, explica.
Rubio recuerda que durante esos tres años forjó una amistad especial con Alberto. Vivían muy cerca en Valladolid, comían juntos en muchas ocasiones e incluso compartían habitación habitualmente en los desplazamientos, siendo el alavés Iñaki Bea la otra pareja habitual del por entonces cancerbero. Muchas horas de viaje y compañía que dieron mucho de sí. Y si dentro del campo Alberto destacaba por su seriedad, fuera tampoco cambiaba: “No le pillabas en un renuncio seguro, ni entrenando ni fuera del club. Yo tuve la suerte de estar mucho tiempo con él porque vivíamos muy cerca y éramos del grupo de amigos que íbamos juntos. Le gustaba mucho salir a comer, una vida muy tranquila con su mujer. Nunca fue de ir de fiesta o de cosas de esas. Era muy tranquilo, le gustaban las sobremesas y estar tranquilo con los amigos. Nos juntamos un grupo que compartíamos gustos y lo pasamos muy bien esos tres años”.
Tranquilo, calmado, siempre en su sitio... Hasta que un día, en un entrenamiento, el centrocampista riojano se quedó pasmado. Alberto, por una vez, había sacado los pies del tiesto. Se enfadó. Y, encima, sin motivo aparente. Lo increíble había pasado, como recuerda Rubio aún asombrado: “Una vez le vimos cabreado en un entrenamiento. No sé qué le pasó, pero de repente le dio un patadón al balón y lo sacó del campo sin ton ni son en medio de una pachanga. Nos quedamos todos atónitos porque fue la primera, y la única, vez que le vimos enfadado. Descubrimos que también se cabreaba y aún hoy seguimos recordando ese episodio cuando nos juntamos”.
“Pese a ser portero, no era de pedir cosas raras”
El actual delegado del Valladolid fue monaguillo antes que fraile. En sus tiempos como árbitro -estuvo en Primera División durante tres temporadas al principio de la década de los 90- respondía al nombre de Santamaría Uzqueda, pero desde que dejó el silbato y se unió al Valladolid se le conoce como Paco Santamaría. Lleva en sus actuales funciones desde 1998 y en su labor ha conocido futbolistas de todo pelaje y condición. Y es que las rarezas abundan en este deporte. No fue así en el caso del portero guipuzcoano. Y eso que los guardametas suelen ser bastante maniáticos. “Es una persona que me caló muy hondo”, resume.
“Llevo diecinueve años y son diecinueve vestuarios distintos y quizá he tenido más tiempo que los propios jugadores en fijarme en las personas. Alberto es de las personas que te dejan un poso muy bueno de cariño, de cómo se comportaba en los entrenamientos y el trato personal conmigo. Siempre con respeto. Como persona, excepcional. Muy cariñoso. Hizo muy buen vestuario. Yo cuando empecé como delegado me preguntaba qué era eso de hacer buen vestuario y luego me di cuenta de que es algo muy importante. Si las cosas van bien y hay buen ambiente, los equipos funcionan. Tenía un humor muy suyo. Conmigo se portó fenomenal. Le llegué a coger un cariño muy especial en esos tres años. Te engancha su forma de ser”, explica Santamaría.
Una de las funciones de los delegados es la de ayudar a los futbolistas en su día a día lejos de los terrenos de juego. Es ahí donde suelen surgir los problemas. Sobre todo entre los jugadores que se creen seres superiores por encima del bien y del mal. “Tanto en los viajes como en su vida diaria, hay jugadores que parece que vienen de la pata de El Cid. Págame esto, abóname la luz, me han puesto una multa... Él no. Es como cualquier ciudadano, que sabe que tiene que pagar sus impuestos. No era de pedir cosas raras. Los porteros a veces son un poco raros con las indumentarias, pero él no. Si le tocaba de blanco, de blanco; si le tocaba de verde, de verde. Otros te mandan adonde el árbitro a decirle que así no juegan”, asegura el delegado, que era buen observador en los viajes: “En aquella época estaban los que jugaban a la pocha, pero él no jugaba. No le gustaban las cartas. Iba en el autobús viendo una película y tranquilo”.
“Le llamábamos ‘El Místico’ por introvertido”
Tres años en un club y en una ciudad dan de sí para que un futbolista se gane también el cariño del entorno. Y también entre los periodistas que cubrían la actualidad del Valladolid la figura de Alberto es aún hoy recordada con veneración. Al pie del cañón sigue Manu Belver, de El Día de Valladolid, que destaca que el entonces guardameta ya exhibía su carácter reservado, siempre midiendo al máximo cada palabra.
“Aquí llegó ya muy maduro y eso se le notaba a la hora de tratar con la prensa: muy correcto, muy serio y profesional. Con una manera de hablar muy pausada, una persona reposada. No necesitaba tener amigos entre la prensa, que es algo que a mí particularmente no me gusta porque creo que tienen que mantenerse las distancias. Su trato siempre fue exquisito y no creo que ningún periodista en esta ciudad pueda hablar mal de Alberto como persona”, explica el cronista.
Por su capacidad reflexiva y su particular manera de hablar, siempre pausado y reflexionando antes de cada palabra, incluso el irundarra se ganó un sobrenombre entre la prensa local: “Siempre decíamos entre nosotros que era introvertido. Le llegábamos a llamar El Místico. Nos daba la sensación de que era una persona muy metódica en todos sus actos, tanto como portero como en su vida. Dentro del club le llamaban Mítico y nosotros lo transformamos en Místico. No consigues que se salga nunca de la línea, pero tiene tanta experiencia que te puede llevar a conseguir cosas diferentes. Para una entrevista de día a día es complicado porque no creo que se salga nunca de la línea, pero sí es de los futbolistas que tienen una historia”, concluye Belver.