Cháchara intrascendente en Cornellá, con el Alavés en modo avión y el Espanyol con el traje de funcionario puesto. Se va la eliminatoria con la sensación de que ha sido bailar con tu hermana o prima en una boda o nochevieja. Algo tan entretenido y jovial como manifiestamente inofensivo y asexuado. Después de 180 minutos de juego, adivinar cuánto podría necesitar el equipo de Alberto para marcar un gol sería una bonita porra para el Bar Lombok de los irrepetibles hermanos Latorre. Todo lo que fue el Alavés, fue una ilusión irreal. Un aparente dominio, un pulule por las zonas donde se cocina el peligro en el fútbol, una falsa percepción de estar cerca de algo que en verdad está muy lejos. El Alavés quiso desembarcar en Normandía por una pasarela y sin mancharse las botas. Puso en el dibujo dos delanteros y lanzó a Sangalli y Llamas por los costados. Precisamente la mejor ocasión llegó en una contra dibujada por los dos que Despotovic no pudo aprovechar. Hubo detallitos de Barreiro, que al menos cargó rápido la pierna en la frontal del área en un par de ocasiones. Tejera, que jugó en el mundo al que pertenece la visión que tiene de sí mismo, no tuvo la jerarquía necesaria. Fue de lo mejor Llamas, el canterano que asomó hace dos años en una eliminatoria de Copa también en Barcelona. Tenía por entonces Llamas un look tirando a Justin Bieber y ahora luce ese corte militar. Supongo que estará en la transición esencial de todos en Vitoria a su edad: llegar a los bares del final de la Zapa. Igual hasta le ha cambiado la voz a ese niño que sigue luchando por hacerse un hueco en el primer equipo, superando lesiones y todo. Espero que aprendiera de algo de la eliminatoria contra el Barça y guarde en su cuarto la camiseta del Espanyol que se llevaría.