vitoria - Hay futbolistas predestinados a jugar solo entre bambalinas; a completar una trayectoria deportiva alejados del foco público y sobre todo a perpetuarse en el vestuario como hombre y compañero más que como estrella del club de turno. El Alavés no es una excepción en esta regla no escrita. Históricamente siempre ha contado entre sus filas con jugadores acentuadamente marcados por este perfil. Futbolistas comprometidos con la camiseta, llenos de pundonor y técnicamente limitados, pero dotados, eso sí, de un sentimiento y una capacidad de sacrificio capaces de ensombrecer cualquier atisbo de carencia, por muy evidente que ésta sea.

Repasando la actuación del Alavés el pasado domingo en Sevilla, donde la escuadra de Alberto se exhibió ante el Betis por 1 a 2, queda de manifiesto la existencia en Vitoria de este grupo de fontaneros, que es como popularmente se les conoce en el argot futbolítico. Jugadores acostumbrados a trabajar siempre en la sombra, barrer la basura y custodiar las posibles debilidades de unos compañeros que, se supone, deben aportar a la causa lo que éstos son incapaces.

Y así se alcanza a reconocer la labor de tipos como Ion Vélez, un centrocampista navarro al que poco, o nada, se le puede reprochar desde que hace dos temporadas recalara en el Alavés; ni un pero salvo su escasa aportación goleadora, que continúa siendo la mayor de sus preocupaciones. Y no es para menos porque en lo que va de curso, el ariete apenas ha sumado dos tantos en 14 jornadas. El primero lo consiguió ante Osasuna en la tercera jornada y el segundo, ante el Tenerife en la duodécima tras un certero disparo desde fuera del área. Poca pólvora a pesar de haber disputado once partidos en los que fue titular un total de ocho. Y guarismos insuficientes para “el mejor 7 de la categoría”, como lo calificó el extécnico albiazul Juan Carlos Mandiá, que sin embargo resultan soportables para Alberto y la afición debido al resto de prestaciones que ofrece en cada partido el jugador. Un portfolio donde tienen cabida el derroche físico, la entrega, la lucha sin cuartel y un trabajo oscuro siempre en favor del equipo que el pasado domingo en el Villamarín se pudo comprobar con meridiana claridad, sobre todo en el primer gol de Juli (min. 16).

felicidad incompleta Puede que de puertas a fuera el centro magistral de Toti desde la banda derecha y el posterior y certero remate del menudo centrocampista provocaran la euforia del alavesismo, sin embargo para los seguidores del otro fútbol, ese que va siempre un pelín por delante de la jugada y la pelota, el aclarado de Ion Vélez en dicha jugada fue sencillamente de libro. Un ejercicio metódicamente trabajado desde las categorías inferiores que en Sevilla se volvió a mostrar tremendamente eficaz. Arrastre, lavado de cara y apertura del hueco necesario para que un compañero remate sin mayores problemas.

No fue ésta la única aportación del navarro el domingo ni tampoco en lo que va de temporada, donde acciones parecidas se cuentan por decenas. Así es su trabajo. Muy agradecido para el vestuario pero carente de brillo de cara a la grada. El sino de este tipo de fontaneros. Felices por el trabajo colectivo pero amargados por una actuación incompleta, sobre todo de cara a gol, donde Vélez continúa dando palos de ciego. Tuvo la victoria en sus botas ante el Sporting en Mendizorroza y la capacidad de matar el partido ante el Betis, pero en ambas disparó al muñeco. A cambio, se dejó la vida durante 83 minutos.