Vitoria - El 5 de julio de 2012 se anunciaba el fichaje de Borja Viguera por el Deportivo Alavés. De todos era conocido el talento del riojano y su brillantez genial para inventar con el balón, pero al mismo tiempo despertaba serias dudas por un pasado reciente marcado por las lesiones y por no haber sido capaz de explotar nunca el enorme nivel que se le intuía cuando estaba en Zubieta. Javier Zubillaga se acordó del mediapunta al que había conocido en las categorías inferiores de la Real Sociedad, que había llegado al primer equipo sin suerte para hacerse con el hueco que sí se ganaron otros de sus compañeros en el filial y que había vagado por Tarragona y Albacete al tiempo que su estela de enorme futbolista de futuro iba languideciendo lentamente por culpa, sobre todo, de una gravísima lesión de rodilla. El director deportivo tenía una enorme confianza en su paisano y no dudó a la hora de convencerle de fichar por el Alavés para abandonar definitivamente la disciplina de una Real Sociedad que pretendía cederle de nuevo. Zubillaga arriesgó con una apuesta que él consideraba como segura, pero ni el máximo responsable de la parcela deportiva albiazul podía esperar la explosión de un Viguera que en los próximos días abandonará el club tras dos temporadas como leyenda del Glorioso.

Todos los que conocían al riojano de su etapa en Zubieta hablaban maravillas de un futbolista con una técnica maravillosa, preciosista en sus acciones y capaz de realizar jugadas que otros ni siquiera se podrían permitir soñar. Eso sí, las palabras irregular e inconstante también iban asociadas a su figura. También la indefinición en el puesto, ya que nunca fue un delantero a la antigua usanza y sí un diez de esos creativos que a veces son tan difíciles de encajar en una posición determinada dependiendo del esquema de cada entrenador. Y es que tampoco destacó nunca por ser un excelso goleador, siendo diez dianas su tope con el filial realista.

Con 20 años había debutado en Segunda División de la mano de Chris Coleman y con 23 se estrenó en Primera con Martín Lasarte. A partir de ahí, el pozo más oscuro. Sin sitio en el primer equipo de la Real -donde se quedaron compañeros suyos en el filial como Carlos Martínez, Estrada, Elustondo, Zurutuza, Zubikarai, Agirretxe, Illarramendi o Ros-, ya con el técnico uruguayo salió cedido hacia Tarragona, donde repetiría experiencia al no contar tampoco para Philippe Montanier tras una grave lesión de rodilla. Medio curso más con la camiseta del Nàstic y la segunda mitad con la del Albacete. Apagándose poco a poco mientras que los compañeros que jugaban a su lado, muchos de ellos de menor nivel que el propio riojano, crecían en la Real.

explosión definitiva Quizá por eso en julio de 2012 le dio la espalda al club que le había contratado del Berceo viendo en su figura un talento difícilmente igualable. Quería estar cerca de casa, pero sin la tutela realista. Y ahí aparecieron el Alavés y Zubillaga, que entonces no sabían que iban a fichar a un jugador que en apenas dos años entraría por méritos propios en la historia del club con su nombre registrado en letras de oro al lado del de otros ilustres.

De sus dos campañas en la entidad del Paseo de Cervantes poco queda ya por escribir. Un inicio complicado en el que Natxo González tardó en encontrarle un hueco sembró las primeras dudas. La eterna divergencia con un jugador que no disfruta como única referencia ofensiva, que es de los que gustan de la conexión con los compañeros y que nunca se había caracterizado por su gran capacidad realizadora. Se adaptó el técnico al riojano apoyándole con otra referencia y el de Logroño explotó con su mejor versión, sacando a relucir un colosal poder goleador, desconocido en su carrera.

Así, el alavesismo en masa comenzó a abrir la boca con admiración al contemplar algunas de sus obras de arte. Y a ensancharla, ensancharla y ensancharla cuando las repetía. También a tirarse de los pelos en alguna que otra ocasión, cuando intentaba lo imposible y no le salía. Series de regates encadenados, controles de filigrana, pases de tacón, diabluras de toda clase y condición... Y goles, muchos goles. Entonces entre la prensa alavesa se acuñó la expresión viguerada para definir esas acciones propias de Play Station de incierto final. Y el grito se ha repetido sistemáticamente una y otra vez. Y, casi siempre, con jugadas para quitarse el sombrero.

Así, en Mendizorroza se recordarán sus goles al Huracán o al Amorebieta, propios de un astro de Primera. O que le marcó al todopoderoso Barça en el Camp Nou. O sus penaltis, como el de San Mamés. O las dos dianas del ascenso desde los once metros, la de Vitoria con resbalón incluido, para ser el héroe del regreso a Segunda. O los tres tantos al Tenerife que hicieron del Glorioso campeón de la categoría de bronce. Y es que la cuenta la pasada campaña se fue hasta los 21 goles, más que en toda su carrera junta.

Tras ese gran curso aún despertaba dudas la figura de Viguera, con contrato en vigor en Vitoria. Había quien decía que en Segunda B era fácil que destacase, pero que la Liga Adelante no iba a brillar igual. Y tenían razón, ya que el brillo ha sido muy superior pese a subir un escalón. En ese momento, el Alavés volvió a dar muestras de su fe en el jugador, renovado automáticamente por objetivos y al que rápidamente se le amplió el contrato por un año más, hasta el 30 de junio de 2015 en una jugada que ahora se demuestra maestra para el futuro del club.

Y es que en la temporada de su regreso al fútbol profesional, el riojano ha explotado, por fin, en toda su magnitud. Sus 25 goles le han convertido en el mejor realizador de Segunda (se lleva los trofeos Pichichi y Zarra), ha sido incluido en el mejor once de la competición y, lo más importante, han sido determinantes a la hora de contribuir a la salvación alavesista. Sin Viguera no se entendería la el ascenso, pero sin su eclosión definitiva tampoco se explicaría la permanencia.

El riojano se ha ganado con esta campaña por méritos propios hacerse con un hueco en Primera. Viguera se marcha al Athletic para tratar de subir otro escalón más en la excelencia. Ahora a una sensacional aportación sobre los terrenos de juego se le va a unir ahora una inyección económica que hace sonreír de alegría tanto como los 47 goles que ha marcado en dos años. Clave en el pasado reciente y clave para poder crecer en el futuro. Así, dentro de muchos años los aficionados veteranos de este equipo hablarán de un futbolista de imaginación imposible, de un genio que en Vitoria se convirtió en goleador, de un hombre que marcó por si solo una época en apenas dos años en el club. En resumen, el alavesismo dirá que Viguera es una de sus leyendas.