Vitoria - Hay capitales donde el fútbol, ese extraordinario opio que envuelve al pueblo, debería estar blindado. Protegido a prueba de bombas y liberado de esa amenaza latente que todas las temporadas, sin excepción alguna, representa un descenso de categoría. Vitoria, por historia, compromiso e hinchada, sobre todo hinchada, debería ser una de esas capitales amnistiadas. Algunos episodios recientes vividos en torno al Glorioso justificarían esa utópica proposición. Sin embargo, la realidad, crudísima en este caso para el Alavés, ni vive del recuerdo ni desde luego amaga con transitar por el camino de la fábula. Más bien todo lo contrario. Porque si en lo que resta de temporada, que son solo dos partidos -Numancia esta tarde y Jaén el sábado que viene-, la escuadra alavesa no suma los seis puntos en liza, es más que probable que las tortuosas aguas de la Segunda B regresen sin demora el año que viene a Vitoria. Y con ellas otro salto al vacío hacia un pozo infecto del que, como mínimo, se tardarán años en poder salir. Otra vez una temporada de lágrimas, otra vez la angustiosa soledad... Sin embargo el escenario descrito pertenece a la astrología y a los cenizos de mente, que por fortuna y a estas alturas del campeonato no abundan entre el cemento de Mendizorroza.

El Glorioso quiere agarrarse a la vida después de un año calamitoso en prácticamente todos los frentes. Lo suyo ha sido una suerte de suicidio colectivo donde lo milagroso es que a pesar de todo aún continúa vivo cuando faltan dos jornadas. De un tiempo a esta parte, con la muerte soplándoles en la nuca, parece ser que la mística entró en ebullición. Los jugadores se comprometieron con los códigos que siempre han regido la historia del club; Alberto López, el mohicano que puede dar la gloria al equipo tras el envío a galeras de Natxo González y Juan Carlos Mandiá, parece haber encontrado la solución a los males del plantel; el cuestionado director deportivo, Javier Zubillaga, ha dado un paso atrás para evitar fricciones con el entorno que pudieran alterar la buena onda del equipo; y los hinchas, ay los hinchas, siempre sufridores, siempre pacientes. Portadora de un apoyo innegociable que esta tarde en Mendizorroza, ese templo sagrado donde la única religión que no tiene ateos exhibe a sus divinidades, volverá a quedar patente. Y ahí vaciará de nuevo su alma el alavesismo, hoy más número doce que nunca. Porque al fin y al cabo, como sostiene el escritor uruguayo Eduardo Galeano, "los otros once saben que jugar sin hinchada es como bailar sin música". - DNA / Fotos: Archivo DNA