vitoria - Quién sabe si la palabra de Dios también entra a punta de goles o ayuda, al menos, a que la Iglesia aumente su número de feligreses, sobre todo a estas alturas del año, cuando curiosamente se multiplican las plegarias al Altísimo en busca de la ayuda divina. Los enfervorizados solicitantes, curiosamente, no pertenecen a ninguna congregación religiosa, social ni desde luego son de misa diaria. Se trata de aficionados al fútbol que imploran la ayuda del más allá para que obre el milagro, ya que, al parecer, con el esfuerzo humano de sus ídolos no es suficiente. Los hay que piden para evitar el descenso -ahí está el claro ejemplo del Deportivo Alavés, que mañana en Lugo se juega la vida- y los que reclaman para lo contrario, alcanzar la gloria con un ascenso de categoría. El asunto es cíclico y antiguo, casi tanto como la propia afición de la curia por el fútbol, culpable de estampas tan míticas como las de aquellos sacerdotes que a golpe de sotana y alzacuello emulaban en un campo de fútbol a las figuras de la época. Los tiempos han cambiado, sin duda, pero la esencia se mantiene. Y aquellas sotanas negras dejaron paso a una forma más informal de vestir donde el balón, eso sí, continúa cosido a la piel de la iglesia.

En este sentido, Álava nunca fue una excepción. Es más, podría decirse que se esmeró en cultivar los valores del deporte, fútbol inclusive, como forma de desarrollo vital. El mejor ejemplo fue el Seminario, que en su época de máximo esplendor llegó a contar con 800 alumnos para los que tenía dispuesto un programa deportivo extraordinario.

"necesitamos beobides" De aquella cantera seminarista salieron los tres protagonistas que dan vida hoy a esta historia. Vitorianos, futbolistas y, con el tiempo, socios fervorosos y pacientes del Deportivo Alavés. Reza una leyenda entre la curia local que en un otoño de la década de los 50, se disputó un partido amistoso entre un conjunto de estudiantes del Seminario y el primer equipo del Deportivo Alavés, que por aquellos años jugaba en Primera división. Aquel partido terminó con la victoria seminarista por la mínima, algo que debió de tener su efecto porque, tiempo después, la masa social del club no dejó de crecer con nuevos abonados que llegaban precisamente de este notable centro religioso.

Uno de aquellos apóstoles del fútbol alavés es Toño Badiola, el actual Decano de la facultad de Teología de Vitoria, que atesora un alavesismo consagrado desde que uno de sus tíos le llevó a Mendizorroza cuando era un chaval. Desde entonces, y a día de hoy calza el sacerdote 53 años, su fidelidad al escudo albiazul ha sido permanente, aún cuando por cuestiones y destinos profesionales ha tenido que marcharse a vivir fuera de Vitoria. En los seis años que estuvo en Roma, sin ir más lejos, no hubo fin de semana donde no estuviera al tanto de las andanzas de su Alavés, "con una dosis de calma más evidente", advierte, "por aquello de que ojos que no ven...".

Su fidelidad al club y la antiguedad de su carnet de socio -el número 2- constatan que la sangre que corre por las venas de este sacerdote es azul y blanca. Un sentimiento profundo que le permite realizar un análisis de la actual situación del equipo con un gran espíritu crítico. "Lo de esta temporada está siendo un poco despropósito. Llevamos aguantando desde el principio los mismos tópicos de siempre por parte de los entrenadores y la plantilla, que luego no nos llevaban a nada. Algunos jugadores no están ofreciendo el nivel que se les presuponía cuando los ficharon y tampoco en la dirección de la parte deportiva se está andando fino". A su juicio, lo que el Alavés realmente necesita es un equipos de "Beobides y Vigueras, gente comprometida que dé todo lo que lleva dentro para arreglar esta situación".

A falta de cuatro jornadas para el final y en un contexto deportivo sumamente complicado donde harán falta, como poco, tres victorias, jugadores y técnicos son conscientes de que a estas alturas cualquier tipo de ayuda que llegue será bienvenida. Incluso la divina. Algo con lo que Badiola, como parte afectada, discrepa claramente. "No tengo duda de que nos va a hacer falta un milagro, pero de ahí a pedir ayuda al Altísimo... A mí no me gusta mezclar, de modo que a Dios vamos a dejarle las cosas serias. La labor verdadera está en las piernas, en la cabeza y en la actitud del equipo", responde el sacerdote con tono solemne. Con milagro o sin él, acepta a continuación el envite de este diario de realizar un pronóstico para el decisivo partido de mañana en Lugo, tierra de caimadas y meigas. Una previsión, advierte, que se agarra más al deseo y la fe que a la realidad, y que le lleva a sentenciar un contundente 1-3.

Más comedido en esta línea se muestra su amigo y compañero Javi Bujanda, también con un glorioso pasado albiazul a sus 53 años. Bujanda desempeña actualmente su labor pastoral en la iglesia de Salburua después de una etapa anterior de cinco años en Ecuador como misionero diocesano donde tampoco perdió nunca el contacto con el Alavés. "Fíjese que me marché dejándolo en Primera División y cuando regresé estaba en Segunda B, menudo palo", reconoce al otro lado del teléfono. Al igual que Badiola, este abonado del club descubrió su afición por el balón en su etapa de estudiante en el Seminario, donde la práctica del deporte, fútbol incluído, era habitual. Y como quiera que entonces los éxitos del Deportivo eran notables y hasta se codeaba con las grandes figuras del balonpié, fue cuestión de tiempo que Bujanda se hiciera del Alavés, un ejercicio de espirituoso riesgo que ahora repasa con cierta nostalgia. "Hemos vivido buenos tiempos y estuvimos incluso en aquella final de Dortmund, pero lo de este año, ay lo de este año, hay cosas que me cuesta entender, casos de jugadores como Rubio o Guzmán que estaban a un buen nivel y que de pronto dejan de jugar, entrenadores que lo venían haciendo bien y se les echa como a Natxo, situaciones comprometidas como las de Zubillada... No entiendo nada", se lamenta el sacerdote, que se niega, al igual que Badiola, a echar mano de su influencia con el de arriba para que el Alavés salga bien parado en el partido ante el Lugo. "Tengo el mismo hilo directo con el Altísimo que cualquier creyente y supongo que en el Hércules o el Girona también le estarán pidiendo favores, así que yo creo que mejor dejar esto y no poner a Dios en un brete. Que saquen esto adelante los jugadores, que corran y sobre todo que no la pifien como el día de la Ponferradina", resuelve con gran diplomacia.

cuando el alavés tenia cura... A la particular conjura organizada por este periódico de curas alaveses contra meigas gallegas se suma también otro veterano de guerra como Benedicto López de Foronda, más conocido como Bene, que a sus casi 82 años aún continúa animando al Alavés desde la grada. Una pasión, advierte, cuyo origen no acierta ya a situar pero que a buen seguro estuvo influenciada por su pasado en aquel particular centro de alto rendimiento que era el Seminario. Jubilado hoy de su tarea pastoral es, quizá por su veteranía, el más crítico con la actual temporada del Alavés, que califica como "una pena" y lamenta su "tremenda irregularidad". Se queda este capellán con el empuje de Manu García, "que lo suda todo" y los 24 goles de Borja Viguera, al que echa en cara el "pasotismo" que en algunos partidos ha protagonizado el punta riojano. Del resto prefiere no hablar. No le gusta Nano "para nada" y sería más feliz "con un Alavés con más gente de Vitoria".

Así y todo, se suma Bene también a la onda de positivismo de sus hermanos al pronosticar un resultado positivo para mañana que acerque al Alavés a la ansiada salvación. Y anuncia además este excapellán del club -fue el último en la historia albiazul hasta que llegó la directiva de Gonzalo Antón, "que fundió los plomos", recuerda con ironía ahora- que el domingo por la tarde lanzará alguna plegaria para que El Glorioso no descienda al infierno de la Segunda B. Hace muchos años, cuando el periodista Jose María García le entrevistó en la radio, explicó el capellán que ser del Deportivo Alavés era algo parecido a un abono permanente con el sufrimiento, aunque en momentos puntuales, llegados los éxitos, la recompensa merecía la pena.