Vitoria. El Deportivo Alavés camina cada vez más firmemente hacia su autodestrucción con un fútbol deprimente que no le conduce a ninguna buena parte. Con el paso de los meses la caída en picado de su estilo le está llevando a hundir cada semana un poco más los pies en una zona pantanosa de la que va a ser muy complicado escaparse. Cabalga el equipo por la nulidad más absoluta en su juego, con unos recursos cada vez más limitados e incapaz siquiera de mantener los aspectos positivos que se mostraron en el arranque del curso. Es ciertamente preocupante que en los primeros meses de la temporada, cuando se suponía que el equipo estaba cogido con alfileres, la propuesta futbolística fuese mucho más atractiva y el juego infinitamente más fluido que en la actualidad. Y es que, ver partidos de este Alavés es deprimente.

Con la ausencia de Luciano, recompuso Mandiá el once con un par de variaciones de nombres (Ortiz a la defensa y Manu García al pivote), pero no cambió en nada el habitual 4-1-4-1 que ha convertido en su sistema de cabecera. Le preocupan especialmente al gallego las bandas a la hora de defender y este dibujo le permite que los dos extremos, Vélez y Toti, se retrasen muchos metros cuando el rival tiene el balón para fortalecer a Medina y Nano y evitar así las desventajas que el equipo sufrió en unos primeros partidos en los que fue constantemente superado por los flancos.

El problema de este esquema viene por la escasa presencia en zonas de ataque que tiene un equipo en el que Viguera es un faro excesivamente solitario. El riojano ya ha evidenciado en el tiempo que lleva en Vitoria que no se encuentra nada cómodo cuando es referencia única, pero el preparador lucense prefiere reforzar el sistema defensivo aunque se pierda en la ofensiva. Así, el juego de ataque albiazul se va espesando con el paso de las jornadas. Los desbordes de los extremos o los desdoblamientos de los laterales acaban casi siempre con centros hacia la nada. Y es que Viguera está demasiado solo y tampoco encuentra el apoyo con la incorporación desde segunda línea de los centrocampistas.

Con estos problemas que vienen siendo habituales, al menos ayer sí que puso el cuadro alavesista ese mínimo de intensidad que se le exige. No podía ser de otra manera después del esperpento de primera parte protagonizado ante un Jaén que, pese a ser un equipo vulgar, no se vio en dificultades por la apatía de un rival que entonces solo se desperezó en el segundo acto. Ante el Girona la presión fue adelantada, se recuperaron balones peligrosos a base de apretar y los centros desde las bandas le metieron el miedo en el cuerpo a unos catalanes también muy pendientes de cerrar su área.

Y es que el equipo de Javi López solo inquietó a Crespo cuando fueron los propios compañeros del guardameta cántabro los que se hicieron un lío con el balón en los pies. Lo habitual en este equipo acostumbrado a cometer errores de bulto con pases que incomprensiblemente no llegan de unas botas albiazules a otras cuando la distancia es mínima.

Premio excesivo Por fortuna, en la primera parte esos fallos clamorosos no se pagaron con un gol en contra y el equipo de Mandiá se fue acercando al área rival cada vez con más insistencia, mientras que el Girona no hacía otra cosa que acumular jugadores en su área, cortando las avanzadas locales pero también propiciando rebotes peligrosos. Así hasta que ya en el minuto 43 Medina culminó una gran internada con un centro que metió en propia puerta Migue. Premio excesivo, pero a un regalo no se le sacan pegas. Desgraciadamente, las alegrías a este equipo le duran pocos minutos. Concretamente, siete de la segunda parte precisó el Girona para igualar en un córner donde Matamala remató en la más absoluta soledad.

Y, a partir de ahí, la nada más absoluta. Un querer y no poder. Unos cambios difícilmente explicables si a lo que se quería optar era a la victoria, una parroquia de Mendizorroza cada vez más crispada, nulas ocasiones -ni un tiro a puerta en 90 minutos- y un empate final que de nada sirve en la carrera por la permanencia en Segunda, que, en esta tesitura, se atisba cada vez más complicada.