el recurso del cambio de entrenador en el mundo del fútbol cuando las cosas vienen mal dadas es la primera carta de riesgo que juegan todos los clubes, pero eso no quiere decir que el recurso sirva siempre para alcanzar el fin que se persigue. Bien sabe de ello un Deportivo Alavés que, con su particular vida en el alambre de los últimos años, se ha convertido en especialista de convertir su banquillo en una silla eléctrica. Y es que no pocos traseros son los que se han sentado en Mendizorroza a lo largo de las últimas campañas para tratar de enderezar caminos torcidos, pero los que han conseguido finalmente que su llegada sirviese de revulsivo deseado han sido contados. Así, Juan Carlos Mandiá, que experiencia tiene en esto de ejercer de bombero de los banquillos, tiene ante sí un reto, en su caso el de la permanencia, que muy pocos han conseguido en Vitoria habiendo llegado con la temporada ya iniciada. Y para comprobarlo solo hay que retrasar páginas en el calendario.
El primer cambio de rumbo que se encuentra, ya en plena era Querejeta, es la destitución de Luis de la Fuente en el curso 2011-12 para dar entrada a José Carlos Granero. El riojano se fue tras nueve jornadas y con el equipo undécimo, pero la llegada del valenciano no fue suficiente para enderezar la trayectoria de un equipo que de su mano solo estuvo en puestos de play off durante dos jornadas y que terminó el año en una sexta y decepcionante posición.
Dos campañas antes, en la 2009-10 -en la intermedia Miguel Ángel Álvarez Tomé aguantó el curso entero-, el Alavés tampoco jugó el play off de ascenso a pesar de que la presencia en el banquillo de Iñaki Ocenda supuso una mejoría notable con respecto a la etapa de Javier Pereira. Tras 23 jornadas, el técnico pacense dejó al conjunto albiazul en la octava plaza, pero tras la llegada de Ocenda se produjo un repunte que llevó al equipo a meterse en puestos de play off, una plaza que acabó perdiendo en la última jornada en Mendizorroza en el duelo directo con el Pontevedra.
Fueron los tiempos de Segunda B, en los que el objetivo era estar arriba. Pero en las campañas precedentes en la categoría de plata, se jugaba por la permanencia. La última de ellas, la 2008-09, tuvo un final catastrófico y ni Manix Mandiola (6 partidos) ni Javi López (19) fueron capaces de mejorar a su predecesor en el puesto, un José María Salmerón que abandono el equipo tras 17 partidos, con el equipo en la decimoctava plaza pero sin haber estado en ningún momento por debajo de la línea roja. Precisamente, el técnico almeriense fue quien ejerció de bombero en el curso anterior y salvó al equipo, pero tampoco puede decirse que mejorase los registros de Josu Uribe. El asturiano se fue con el Alavés decimosexto y la salvación final, y la decimoséptima plaza, solo se consiguieron con la agónica remontada contra la Real Sociedad y el triunfo en Vigo.
Pero si de cambios hay que hablar, la etapa de Dmitry Piterman sirve para llenar por sí sola unas cuantas páginas, aunque en estos casos siempre existe la duda de quién era verdaderamente el entrenador y muchas salidas de técnicos tampoco respondieron a criterios deportivos. Es el caso de Julio Bañuelos, que duró en el banquillo dos los primeros partidos. Asumió luego el relevo el sempiterno Chuchi Cos, pero visto que el equipo no remontaba el vuelo -el objetivo era ascender y se ocupaba la zona baja- llegó a Vitoria Fabri González, que apenas duró siete partidos y que dejó al equipo octavo antes de darse cuenta de quién era el ucraniano. Se dio paso entonces a una de los episodios más esperpénticos que se recuerdan en este club -y eso que el repertorio de interminable- con la llegada de un Mario Luna que hundió irremisiblemente a un equipo que cayó hasta la decimoséptima posición y que acabó salvando la categoría con un Quique Yagüe que tampoco supuso una enorme mejoría en el banquillo.
Oliva, la excepción La confianza de Piterman en Luna venía de la campaña precedente en Primera, cuando de la mano del argentino el Alavés casi se salva. Pero, ya entonces, el ucraniano había demostrado su escasa pericia como dirigente. O que el club le importaba un bledo y lo único que valía era su ego. Porque, entonces sí, hubo un entrenador que actuó como revulsivo. El último del que así puede hablarse en El Glorioso. Fue Juan Carlos Oliva, que cogió al equipo colista y lo sacó del descenso en cinco partidos que se saldaron con tres victoria, un empate y una derrota en el Camp Nou. Pero tocaba visitar el Santiago Bernabéu y a Piterman le apetecía ser portada. Y lo fue, a costa de iniciar el hundimiento alavesista. Entonces, de la mano de Oliva, la reacción comenzó en Riazor. Cuestiones del destino, el mismo sitio donde Mandiá tratará de comenzar a reconducir la senda albiazul.