El banquillo del Deportivo Alavés se ha convertido en una triste silla eléctrica. No hay forma humana de que algún entrenador, ya sea de mayor o menor prestigio, complete un ciclo de dos años y dote de estabilidad a un puesto crítico en un profesionalizado mundo del fútbol donde la cuerda siempre se rompe por el mismo lado. El dato asusta porque con la destitución de Natxo González y el nombramiento de Juan Carlos Mandiá como nuevo guía del inquietante devenir albiazul en Segunda ya son la friolera de 18 los hombres que han desfilado por el campo de Mendizorroza desde el año 2006. Lógicamente, demasiados como para que el vitoriano sea un conjunto reconocible para sus aficionados y con las señas de identidad bien definidas.

Ni siquiera la marcha de Dmitry Piterman, un auténtico devorador de técnicos cuyo desmedido ego le impedía por motivos obvios contar con alguna figura de relumbrón, ha dado paso a una época de cierta tranquilidad en este sentido. Fernando Ortiz de Zárate, Alfredo Ruiz de Gauna y, más recientemente, Josean Querejeta, han evidenciado su gatillo fácil a la hora de despedir al timonel encargado de dirigir al equipo en cuanto las cosas han venido mal dadas. Bajo la presidencia de los tres, todos los técnicos han salido por la puerta de atrás. Ni siquiera Natxo González, el héroe del ascenso que devolvió la alegría a un alavesismo frustrado y desencantado por culpa de la larga travesía por el desierto en la categoría de bronce del fútbol estatal, ha tenido el final que merecía con una destitución posiblemente lógica en el fondo pero muy discutible en las formas.

Los actuales dirigentes albiazules, que no han vivido la incesante ida y venida de entrenadores en estos últimos tiempos, deberán reflexionar urgentemente acerca de lo que está sucediendo y hallar un punto de inflexión que ponga fin a esta sangría. Querejeta, un tipo sobrado de experiencia tras su maratoniana etapa al frente del Baskonia que tuvo en su día en Dusko Ivanovic a su amor platónico, se halla ante la imperiosa necesidad de buscar una figura de garantías que le permita edificar un matrimonio tan inquebrantable como el que forjó con el sargento de hierro montenegrino durante cerca de una década.

Desde julio de 2005, momento en que el club vivía la época más negra de su historia por culpa de los desmanes de Piterman, hasta diciembre de 2014, el Alavés ha tenido un total de 18 entrenadores. Alguno, como Rafa Monfort, ni siquiera llegó a dirigir un partido oficial tras ser cesado en plena pretemporada. Con el ucraniano, también llegaron a Vitoria su marioneta favorita Chuchi Cos, Juan Carlos Oliva, Mario Luna, Fabri, Quique Yagüe y Julio Bañuelos. Todos ellos debieron plegarse a lo que dictaba su jefe para sentarse en el banquillo, aunque realmente ninguno intervenía en nada relacionado con la planificación de los entrenamientos, las alineaciones y la táctica a seguir sobre el césped.

Con el acceso a la presidencia de Ortiz de Zárate, la inestabilidad tampoco se vio alterada. La temporada 2007-08 se inició con Josu Uribe en el banquillo, pero éste fue cesado en febrero. Julio Bañuelos suplió de forma temporal al asturiano antes de que José María Salmerón terminase una campaña plagada de desencantos. El almeriense recibió un voto de confianza por parte de la directiva para iniciar el curso 2008-09, aunque fue despedido en diciembre.

Mandiola, el surrealista Le relevó Manix Mandiola, que protagonizó una surrealista etapa de 43 días y seis partidos al frente del equipo antes de que cogiera las riendas del equipo Javi López, que no pudo evitar el traumático descenso de categoría. En la 2010/11, Javi Pereira e Iñaki Ocenda también engrosaron la extensa nómina de damnificados por la grave deriva albiazul, al igual que sucedió con Miguel Álvarez Tomé en 2011. Luis de la Fuente y José Carlos Granero fracasaron sin paliativos antes de que un gasteiztarra, Natxo González, aterrizase en el verano de 2012 para romper todos los registros en Segunda B y liderar el inolvidable ascenso.