La situación en la que se ha sumido el Deportivo Alavés es ya del todo insostenible y la necesidad de un golpe de timón se antoja ya como un mal necesario que hay que asumir por mucho que la responsabilidad del entrenador en los males del equipo sea, en no pocos aspectos, bastante limitada. No se hizo ayer -el gol de Jiri Jarosik fue salvador, ya que en caso de derrota y con la imagen que dio el equipo la decisión hubiese sido fulminante- y la única duda es determinar si la continuidad de Natxo González va a ser cuestión de horas o de días. Tras pasar la jornada de ayer sin que los mandatarios albiazules manifestasen postura alguna -declinaron hablar cuando así se les requirió-, la única duda que queda por discernir es si el técnico vitoriano tendrá en A Coruña la oportunidad de gastar la última bala en la recámara para conseguir una victoria que propicie ese cambio necesario o si su etapa en el banquillo se termina hoy mismo. La primera de las opciones, aguantar al partido contra el Deportivo para buscar una reacción con dos partidos después en Mendizorroza, es la más factible.

El relevo en el banquillo es el elemento que se suele utilizar cuando los resultados positivos no llegan y no parece que el Alavés vaya a transitar por una senda diferente a la habitual. Es la cuestión permanente: como no se puede cambiar a un buen puñado de jugadores, se opta por prescindir del entrenador. Otra cosa es que esa solución que siempre se toma pueda servir de revulsivo para un equipo como el albiazul, que por momentos ha dejado buenos momentos de fútbol, pero que en demasiadas ocasiones ya parece cadáver andante, que comete errores incomprensibles para su supuesta calidad, que tiene en su estructura no pocas carencias graves y que repite sin solución de continuidad la misma colección de fallos individuales que le están condenando a ocupar uno de esos asientos que se encuentran por debajo de la línea roja.

El Glorioso volvió a ser ayer él mismo. Desgraciadamente. Otra vez ese equipo capaz de desequilibrar a base de una pegada espectacular a pesar de no ser brillante en su fútbol. Pero otra vez el mismo equipo incapaz de manejarse en ventaja, repetitivo en sus graves errores y caminante como alma en pena durante los minutos subsiguientes al doble mazazo. Fallos individuales, sin duda. Pero también en el concepto -un equipo que se viene abajo, que sufre lo indecible por las bandas y en el que varios jugadores siguen en el campo invariablemente a pesar de su bajo rendimiento-, desgraciadamente conocido. Mismos escenarios y mismas soluciones. Y, como consecuencia, mismos resultados. Y ahí la responsabilidad del entrenador es una cuestión evidente porque no está consiguiendo que los males de este equipo desaparezcan o, como poco, se minimicen y no se repitan como un mantra una y otra vez.

La cuestión ahora es de tiempos. El que Josean Querejeta quiera ya darle a Natxo González. Puede ser hoy o se puede esperar a lo que en estos momentos podría considerarse como milagro, una victoria en Riazor. Y es que, si finalmente se mantiene en el cargo, el próximo sábado el técnico vitoriano se la jugará al todo o nada.