Vitoria. Dice el refrán que quien a hierro mata también a hierro muere y este dicho se le puede aplicar a la perfección a un Deportivo Alavés que ayer probó ante el Tenerife el mismo amargo ricino que en la pasada jornada le aplicó al Zaragoza. El cuadro albiazul repitió punto por punto el guión de La Romareda, pero cambiando el orden de los protagonistas. Y si entonces fue el cuadro maño el que se dejó remontar un marcador favorable labrado en la primera parte cuando el reloj ya casi señalaba el tiempo de la victoria, ayer fue El Glorioso el que cometió el mismo yerro, el de dar vida a un oponente herido pero no muerto para acabar perdiendo dos puntos en el descuento.

Apostó Natxo González por dar continuidad al mismo once que actuó de inicio en Zaragoza, pero en esta ocasión el desarrollo de la primera parte fue muy distinto al vivido en La Romareda. La diferencia vino marcada por el acierto ofensivo que faltó entonces en las primeras jugadas de peligro y, sobre todo, por una contundencia defensiva que impidió que los acercamientos del Tenerife inquietasen en exceso a un Goitia que se vio perfectamente flanqueado por Ortiz y, sobre todo, por un Jarosik que se erige en muralla insuperable en el juego aéreo.

Con ese incremento en la eficacia de la zaga, el segundo aspecto del juego, el ofensivo, parece venir rodado este año. Sobre todo encarnado en la figura de un Viguera al que todo le sale de cara. Tanto que en un disparo desde la frontal que parecía flojo y asequible para Roberto, el rebote en la espalda de Carlos Ruiz lo envenenó de tal manera que fue precisamente en la dirección opuesta a la que esperaba el guardameta. Así, con ese golpe de fortuna, se abría la lata en apenas 7 minutos.

Cedió entonces espacio el Alavés a un Tenerife que buscó con insistencia a un Aridane anulado por completo por Jarosik y en esa ganancia de metros de los isleños pescó a la perfección el cuadro local aprovechando la velocidad por la derecha de Guzmán. El extremeño forzó una falta lateral que acabaría con un balón muerto en los pies de Beobide, que defendió a la perfección cual delantero en el área para encarrilar en poco más de veinte minutos una victoria completamente necesaria. Y lo hizo a base de recobrar seriedad en la contención y sacando el máximo partido a sus dos primeros remates, ya que tampoco fueron muchas más las ocasiones de cierto peligro que el cuadro vitoriano disfrutó en una primera parte en la que echó mano de eficacia arriba y eficiencia atrás para poner rumbo momentáneo hacia la tranquilidad.

Y es que en el arranque del segundo acto se olvidó por completo de esa seriedad que había mantenido en el primero y cedió de manera definitiva balón y metros para verse ahogado en su área en unos diez minutos iniciales en los que el Tenerife comenzó a amasar una oportunidad detrás de otra hasta que en un saque de esquina Ayoze, cómodamente ubicado en la soledad del segundo palo en un saque de esquina, recortaba distancias y metía el miedo en el cuerpo de todo Mendizorroza, que volví a ver a un equipo con excesivo sufrimiento a la hora de frenar a su rival.

Volvieron a subir las revoluciones los vitorianos para recuperar la intensidad perdida y disfrutaron de nuevo de algunas buenas ocasiones, aunque no mejores que las de unos chicharreros que habían recuperado el oxígeno que se les había negado antes y que se veían de nuevo con opciones cuando pocos minutos antes ya parecían liquidados.

Con la apretura en el marcador y el nerviosismo en la grada, le faltó de nuevo al equipo el punto de calma que se necesita para gestionar estos partidos igualados en los que se llega al final con ventaja. Y es que si cuando se va por debajo hay que tratar de buscar la locura, cuando se va por delante se ha de apostar por la tranquilidad. No lo hizo el Alavés y lo acabó pagando en el descuento cuando Luismi Loro marcó de penalti, incrustando un hierro candente en la piel del alavesismo.