Algo tendrá Arguineguín. El pueblo costero de Las Palmas ha alumbrado a futbolistas de renombre. Algunos buenos, como el deportivista Aythami Ardiles. Otros que han marcado generaciones dentro del fútbol estatal como David Silva o Juan Carlos Valerón, próximo rival del Deportivo Alavés desde su reingreso en las filas del UD Las Plamas.
En guanche -conjunto de lenguas usadas en Canarias de las que ya tan sólo quedan algunos topónimos- Arguineguín significa agua tranquila. Parece que la localidad ha trasladado a sus pobladores las connotaciones heredadas del océano. Lo verán en Silva los más jóvenes y recordarán ese calmo fluir en Valerón los más veteranos. Sin embargo, tras ese aparente sosiego, tan característico de las tierras canarias, se esconde el coraje que ha llevado a Valerón a competir al más alto nivel a los 38 años. Probablemente la herencia ancestral que acoge le haya definido. Igual que él, sus antecesores parecían inofensivos pero eran fieros. Parecían indefensos pero suplieron el músculo con seso.
Cuenta el historiador canario Agustín Millares Torres sobre la conquista de las islas allá por finales del Siglo XV cómo el capitán de armada aragonés Jorge Rejón y el marino gaditano Pedro Hernández Cabrón fueron mandados con cuatro carabelas a hacerse con la isla de Gran Canaria.
Suena a broma lo de Cabrón pero dicen los entendidos en etimología que el insulto hoy usado asciende del marino andaluz, calificado por muchos historiadores como un pirata sanguinario. Su querencia por la hemoglobina debía tener un límite pues evitaron desembarcar por las vías más directas pensando que se daría un baño de sangre. Con este panorama, los emisarios de la corona española vieron en las playas de Arguineguín el puerto perfecto. Era el 24 de agosto de 1479. Su entrada fue sigilosa y, tras dejar atrás la playa, comenzaron a subir por un escarpado barranco. De ahí en adelante poco difieren las crónicas sobre el suceso de la batalla de las Termópilas que popularizó primero Frank Miller y más tarde Zach Snyder. Hernández Cabrón, que según cuenta Millares aseguró en los prolegómenos de la refriega no tener miedo de gentes desnudas, hubo de retirarse con el rabo entre las piernas ante los no tan indefensos indígenas.
Igual de indefenso parece el esmirriado Valerón ante los musculados futbolistas que pueblan el panorama actual. Su simple y explícito apelativo resume a la perfección sus virtudes. Y es que el mago de Arguineguín es un prestidigitador con el esférico. El canario de mirada cabizbaja y voz aguda contribuyó de manera determinante a instaurar el fútbol de toque que hoy pregonan las diferentes categorías de las selecciones estatales y que enamoran a medio planeta anteponiendo el intelecto al físico. Cuando el ámbito del balompié se postulaba a favor de superhombres, atletas fornidos de músculo y fondo, Valerón irrumpió con su estilo pausado, elegante. Nadie veía el fútbol como el canario que, con sus partidarios y detractores, marcó una época en el fútbol moderno español. Cuando todos iban en quinta, Valerón reducía a tercera, bajaba la ventanilla, ajustaba la música del transistor y encontraba un desvío. A doscientos no se ve el ramal.
No obstante, la figura de Valerón acoge el romanticismo de los que se quedaron a las puertas. Su fútbol de orfebre contribuyó a sentar las bases para que la selección española alcanzara cotas inimaginables, pero él ya no estaba allí. Si llegó pronto al combinado nacional, lo hizo tarde al Dépor. Un año tarde. La liga que luce en las vitrinas de Riazor no lleva inscrito su nombre. Sí está grabado en las dos Supercopas y la Copa del Rey del equipo gallego, todo su palmarés. Insuficiente recolecta para un futbolista que ha adoctrinado a generaciones. Ahora Valerón ha vuelto para devolver a su tierra lo que le ha dado. Como siempre lo ha hecho sin hacer ruido pese a las críticas sobre su edad y su estado físico. No será determinante para que despliegue su fútbol audaz, de maniobra, honesto. Y, por supuesto, nada Cabrón.