de haber tocado con la yema de los dedos el ansiado ascenso a Segunda División la temporada anterior, el play off del curso 1993-94, cuarto que el Deportivo Alavés disputaba de manera consecutiva, se presentaba nuevamente como una ocasión que no se podía dejar escapar para cumplir con el gran objetivo de la entidad. El club, en todos sus estamentos, ya contaba con experiencia de sobra en estas lides y el cartel de favorito volvía a colgar de su cuello antes del inicio de las hostilidades.

Hasta ese momento, el combinado que adiestraba José Antonio Irulegui había cumplido de sobra con el guión previamente establecido. De esta manera, se había alzado con solvencia con el campeonato del Grupo II totalizando nada menos que 60 puntos merced a las 24 victorias, doce empates y dos únicas derrotas cosechadas. Pero quizás el dato que mejor refleja el dominio albiazul en esta fase de la campaña es el de la diferencia de goles. Los vitorianos perforaron las porterías rivales en 71 ocasiones, mientras que solamente recogieron 17 balones del fondo de sus redes. Por detrás, se situaron Sestao y Numancia -segundo y tercero respectivamente- con 52 puntos y el Barakaldo con 48.

Como es lógico, por lo tanto, el depósito del optimismo y la ilusión estaba a rebosar los días previos al inicio de la temida y amada a partes iguales fase de ascenso. Sin embargo, para decepción generalizada de todos los afectados, el globo se pinchó demasiado pronto y condujo a un nuevo y doloroso fracaso. Recreativo de Huelva, Getafe y Figueres fueron los compañeros de viaje en esta oportunidad y desde el arranque dejaron claro que no estaban dispuestos a permitir al Glorioso la más mínima alegría.

De esta manera, la escuadra del Paseo de Cervantes no fue capaz de sumar su primera -y única- victoria hasta la sexta y última jornada del play off, cuando ya no tenía ningún valor. Antes, había ido enlazando un varapalo tras otro. El estreno deparó un empate (1-1) en Figueres del que al menos pudo hacerse una mínima lectura positiva. Una semana después, el mismo resultado se repitió en Mendizorroza ante el Getafe, precediendo a la derrota encajada en el terreno de juego madrileño (2-0). El cuarto capítulo deparó un nuevo y decepcionante empate (0-0 en casa ante el Figueres) y en las dos últimas jornadas Recre y Alavés se repartieron los triunfos a domicilio en sendos duelos absolutamente intrascendentes. En definitiva, una debacle que retuvo un año más al equipo en lo más hondo del pozo.

Para Aitor Arregi, el inolvidable Gudari -actualmente a los mandos junto a su padre del negocio familiar (el restaurante Elkano de Getaria)-, esa fase de ascenso se pareció mucho a la primera que él vivió como albiazul, la del curso 1991-92. En ambas, las opciones de ascenso se diluyeron excesivamente pronto. "Perdimos todas nuestras opciones en los dos partidos contra el Getafe. La temporada anterior estábamos vivos y éramos nosotros los que marcábamos el ritmo, pero ese año fuimos a remolque desde el principio y así era muy difícil", reflexiona. Al menos, a él le queda el consuelo de que, doce meses más tarde y al cuarto intento (formó parte de las plantillas del Alavés que disputaron las fases de ascenso desde la campaña 91-92 a la 94-95), consiguió el premio por el que tanto había luchado hasta entonces. "El grupo humano era espectacular y Txutxi tenía las ideas muy claras. Fue una vivencia inolvidable cuando la afición en el último partido invadió Mendizorroza. Y eso que me veía sudando el calvario cuando íbamos perdiendo en Jaén. El ascenso fue como cumplir un deber histórico para nosotros, que íbamos a comer unos pintxos a donde Primi y te recordaba que él había jugado en Primera. Me acuerdo mucho de Txutxi, de cuando le quisimos tirar a la piscina en el hotel de Jaén y nos decía que no sabía nadar", recuerda con una imborrable sonrisa en su boca.

Junto a Arregui se encontraba en aquel equipo un por aquel entonces joven Armando Ribeiro. El guardameta vizcaíno, que dilató su carrera profesional durante casi dos décadas y en estos momentos trabaja con los cancerberos de la cantera del Athletic, recuerda con nostalgia unos tiempos bastante diferentes a los actuales. "Lo primero que viene a la gente era el grupo que había, el buen ambiente que teníamos y los viajes en los autobús-litera. Hacías kilómetros y kilómetros y parecía que no llegabas nunca", apunta.

Respecto a lo estrictamente deportivo, destaca por encima de todas las cosas "lo importante que era salir de la Segunda B. Era el gran objetivo del club y aunque probablemente ninguno podíamos imaginar todo lo bueno que iba a venir después, si sabíamos que era fundamental salir de ese pozo".

Armando, que continúa disfrutando de la pasión por el surf que ya entonces practicaba -"antes lo hacía con amigos y ahora salgo con mis hijos, que ya tienen 16 y 13 años", confiesa entre risas-, reconoce también que el hecho de acumular fiascos año tras año generaba tensión en el vestuario y su entorno. "No había miedo escénico pero sí que es verdad que era para lo que peleábamos durante todo el año, lo afrontabas cargado de responsabilidad y cuando al final no se conseguía te quedaba una decepción importante", precisa. Un sentimiento que el arquero confía que no sienta la actual plantilla. "Ojalá el sábado puedan certificar el ascenso porque eso va a ayudar enormemente al club. Le tengo un cariño enorme al Glorioso y espero que este año sea el primer paso de su vuelta al lugar que se merece".

Un sentimiento que comparte también Luis de la Fuente, que en el curso 92-93 defendió la elástica albiazul sobre el césped y el año pasado dirigió al equipo durante unos meses desde el banquillo. El actual seleccionador español sub' 19, no puede evitar cierta nostalgia al recordar aquella fase de ascenso. "El último partido, que jugamos en el campo del Recreativo y ganamos 0-1, fue el último mío como jugador. Ahí colgué las botas. Seguir en esa categoría se me hacía ya muy duro pero si hubiéramos ascendido probablemente habría continuado. Necesitaba una motivación y jugar en Segunda lo habría sido", confiesa.

Para el exjugador nacido en Haro, todavía resulta difícil encontrar los motivos de aquel cuarto fracaso. "Habíamos hecho una temporada regular excepcional, logrando el campeonato con varias semanas de antelación. Éramos el equipo a batir y todos nos daban como favoritos pero el fútbol es así y no siempre ganan los mejores". A su juicio, el hecho de que "se torciesen las cosas desde el principio" resultó determinante. A pesar de todo ello, el desenlace del curso no logró enturbiar una campaña "maravillosa" en lo personal y lo colectivo. "La verdad es que fui muy feliz en Vitoria en todos los aspectos y sólo faltó la guinda del ascenso".