Vitoria. A pesar de que la derrota, y sobre todo las formas de la misma, en Lleida haya servido para que los agoreros encuentren razones para airear a los cuatro vientos su pesimismo, la plantilla del Deportivo Alavés no puede caer en estos momentos en la desesperanza o la desilusión o penetrar hasta el fondo del túnel del miedo. Con los errores lógicos y puntuales que todo equipo tiene a lo largo de temporadas tan largas como las futboleras, si algo ha demostrado este bloque a lo largo de toda la temporada es capacidad para superar las adversidades, que no han sido pocas, y dar el do de pecho en los momentos más complicados, que también han sido unos cuantos. Llega el momento para la reflexión, ya que puestas en escena como la perpetrada en el Camp d'Esports no pueden volver a repetirse, pero también llega el momento de mantener la calma, de no caer en el error de que el equipo se meta en un bucle de nerviosismo que podría resultar catastrófico para sus intereses.

Es tiempo de reflexión y de mirar hacia el interior de un equipo que precisa de un ejercicio de autocrítica para analizar y corregir lo que está fallando. Por mucho que Natxo González se inculpase de la derrota por su planteamiento y sus decisiones, las motivaciones de victorias y derrotas hay que encontrarlas en la labor de todo un colectivo y, a final de cuentas, son los futbolistas los que aciertan o se equivocan sobre el césped.

Hay aspectos que se vieron en Lleida que no son para nada novedosos, como los problemas que tiene este Alavés para sacar el balón jugado con criterio y solvencia desde atrás cuando le faltan ciertos jugadores y el oponente le somete a una presión muy adelantada. El equipo ha sufrido a lo largo de todo el curso la ausencia de un organizador en el centro del campo -Miki debería serlo, pero sus minutos sobre el terreno de juego son cada vez más exasperantes por mucho que el domingo se sacase un gol de quitarse el sombrero- y la baja de Agustín le merma mucho en este sentido, ya que es el central con mejor toque junto a un Ayala que, sobre todo visto el nivel de sus compañeros en esa zona, es inexplicable que se haya quedado de nuevo apartado de la titularidad.

El Lleida apretó al Alavés desde muy arriba y supo ahogar a la perfección a futbolistas que ya de por sí tienen bastantes problemas para darle criterio al juego de ataque y que en no pocas ocasiones se enredan con el balón en los pies. Si a eso se le une que los creativos mediapuntas apenas aparecieron en el fútbol ofensivo -las actuaciones de Sendoa, Viguera y Jonan fueron horribles-, el cortocircuito es completo. La pega, en este caso, fue que el equipo no fuese capaz de recurrir a los desplazamientos en largo, a un fútbol mucho más primitivo y directo con el que tratar de pescar algún balón muerto o rechazado en el área, sobe todo en una segunda parte en las que contaba con las referencias de Juanma y Laborda.

boquetes preocupantes Esos problemas en la creación del juego desde atrás no son novedosos y se han solventado normalmente con la calidad de los mediapuntas, pero lo que supone un capítulo recién estrenado para este Alavés son sus carencias defensivas. Los que fueron los cimientos sobre los que Natxo González comenzó a erigir el edificio albiazul se han resquebrajado en las últimas jornadas y ese sí que es un apartado especialmente preocupante porque de la fiabilidad atrás depende en buena parte el éxito de este colectivo.

En los primeros dos tercios del curso el conjunto vitoriano encajó muy pocos goles, pero es que, además, en la mayoría de los partidos concedía muy pocas oportunidades a sus oponentes. En las últimas semanas esa seriedad se ha perdido y se han visto incrementadas las ocasiones de los rivales y también la cifra de goles encajados. Así, en tres compromisos ha encajado cinco goles (1,25 de media) cuando en los veintinueve anteriores llevaba catorce (0,48 de promedio). Pero más que una cuestión de acierto puntual de los oponentes, lo que se ha evidenciado es el bajo nivel físico de alguno de los integrantes de ese entramado defensivo.

La prolongada ausencia de Agustín está comenzando a pesar mucho porque el extremeño estaba llamado a ser el líder de la zaga y en toda la campaña apenas ha podido jugar con regularidad. Si a eso se le una que Javi Hernández no ha recuperado, ni de lejos, su nivel tras haber encadenado varios problemas físicos -se le ve muy lento en sus movimientos- y que Luciano da una de cal y otra de arena -comete algunos errores imperdonables-, el problema se incrementa. Para cerrar el círculo, Manu García está sufriendo mucho con extremos rápidos y habilidosos y Crespo lleva varios partidos irregulares desde su golpe en la rodilla. Por delante de esta línea, tampoco Beobide está en su mejor momento físico, aunque Jaume mantiene su regularidad. El resultado es que los rivales están encontrando ahora unas facilidades que antes no tenían y el equipo lo está pagando.

Más allá de estos problemas, a los que hay que añadir una actitud que tiene que ser muy distinta a la exhibida en Lleida, este equipo ha dado muestras a lo largo de toda la temporada que se puede confiar en él a ciegas. El varapalo y la forma de sufrirlo llega en el peor momento posible, pero este grupo ya ha sabido levantarse con anterioridad después de los golpes que ha recibido. Cierto es que no han sido muchos y tampoco tan dolorosos como el que sigue en la sesera, pero los nervios, los del equipo y los de su entorno, tienen que permanecer desterrados en un lugar lejano para que no se corra el riesgo de que mentalmente el bloque se venga abajo en el tramo decisivo de la temporada por no saber sobrellevar la presión de aguantar el liderato hasta el final.