Lleida. No ha dejado espacio el Deportivo Alavés para muchos reproches en lo que va de temporada, pero el partido perpetrado ayer por los pupilos de Natxo González en Lleida merece un revisionado profundo y algo más que un tirón de orejas colectivo. Y es que hay maneras y maneras de perder y la que protagonizó El Glorioso es de las que bajan la moral hasta al más animoso. Apático y casi desganado, el cuadro albiazul fue una caricatura de sí mismo, dejando olvidadas sus muchas virtudes y dando paso a un equipo errático y timorato, sin chispa alguna, peleado con el balón y sin el carácter necesario para tocar a rebato cuando la situación se puso propicia para llevarse la corneta a la boca. Ampliamente superado en la primera parte por un oponente que le sacó los colores, no fue capaz de aprovechar la superioridad numérica en la segunda mitad para inquietar a un rival que apenas pasó apuros, ya que el gol final de Miki quedó en anécdota por lo tardío del mismo. Cualquiera que haya visto jugar unos cuantos partidos a este equipo, ayer se quedaría ojiplático al comprobar que se lo habían cambiado por un auténtico desconocido.
Desde el primer minuto se pudo comprobar que el Alavés que estaba sobre el terreno de juego solo se parecía a la versión habitual en los rostros de los jugadores y en las equipaciones que vestían. El resto, la seriedad, la eficacia, el trabajo, el esfuerzo... Todas las virtudes que han conducido al Glorioso hasta la situación de privilegio en la que continúa se quedaron perdidas en algún punto de los poco más de cuatrocientos kilómetros que separan Vitoria de Lleida. Un holograma naranja es lo que se vio sobre el césped del Camp d'Esports, donde los catalanes ahogaron la salida de juego albiazul con una exigente presión adelantada, que unida a unas imprecisiones constantes en el pase y una exasperante lentitud defensiva metieron el duelo en un caminar sobre el alambre para los pupilos de Natxo González.
Jugaba el Alavés a ser funambulista sin red y lo hacía encima dando una preocupantes evidencias de sufrir un equilibrio precario. Así, entre fallos defensivos y errores en el pase, e Lleida fue tejiendo una red de claras ocasiones falladas hasta que encontró el merecido premio al culminar con remates espectaculares dos de esas clamorosas oportunidades en las que sacó los colores a toda la zaga albiazul.
Primero fue Imaz, en el minuto 26, el que sacó un zambombazo tras recuperación en tres cuartos que Iván Crespo no pudo rechazar a pesar de estar situado en el primer palo. En el segundo, obra de Miramón apenas siete minutos después, ni siquiera esa oportunidad de meter las manos tuvo el cántabro. Balón de Milla a la derecha, Colorado le coge la espalda a Manu García y saca un derechazo cruzado a la escuadra y al palo largo para dejar fulminado a un Alavés que al menos reaccionó ligeramente en los minutos finales, e incluso pudo recortar distancias con un cabezazo de Juanma, tras firmar la primera parte más desastrosa de todo lo que va de temporada.
En el inicio del segundo acto bien pudo el Lleida marcar el tercero, pero seguidamente el duelo quedó abierto tras la expulsión de Molo. Más de media hora para atacar con todo y con ventaja numérica se encontró un Alavés que no fue capaz de saber qué hacer con semejante regalo. Cuando el partido pedía fútbol directo y balones al área, el equipo se enredó con el esférico en el centro del campo sin presentarse con peligro en el área rival. Un remate alto de Juanma y un balón al larguero de Juanje en un saque de esquina a punto de ser olímpico fueron todo el bagaje del equipo hasta que en el 93 Miki enganchó una sensacional volea desde fuera del área. La última, la que tuvo Javi Hernández para empatar, se fue fuera. Y con ella volaron todos los puntos. Y con ellos, la tranquilidad en la clasificación.