Vitoria. Rabia. Fuerza. Pasión. Alegría. Emociones desbocadas. No hubo alavesista capaz de frenar la carrera de Borja Viguera. Ni siquiera de subírsele a la chepa. El gol del riojano valía su peso en oro y la celebración merecía la algarabía que se desató en Mendizorroza y que tuvo al delantero como protagonista. Lucidez en medio de la oscuridad en la que se fue transformando el partido con el paso de los minutos. Premio también para el equipo que menos sesteó y especuló con el empate. Y eso que de los dos contendientes era el Deportivo Alavés el menos necesitado. Un tropiezo, un punto, no desbarataba demasiado sus planes, pero este equipo ha demostrado que siempre intenta pisar el acelerador a fondo para que sean los demás los que se vean obligados a seguir su ritmo. Y ayer lo volvió a demostrar, sin arriesgar demasiado eso sí, asiendo el hacha del verdugo y ejecutando al que hasta hace poco era su gran rival. Descabezado el Eibar, que a diez puntos de distancia ya no ha de suponer problema alguno, no está la temporada resuelta, pero el paso dado ha sido de gigante. Y con saltos hacia adelante de este tipo mucho tiene que cambiar el panorama para que alguno de los pocos oponentes que aún osan hacer frente al Glorioso no acabe por arrojar la toalla incapaz de seguir tan machacón ritmo de puntos.
Recuperó de inicio Natxo González el sistema 4-2-3-1 que venía utilizando con asiduidad durante la primera vuelta y tuvo el Alavés una puesta en escena impetuosa bajo el liderazgo de un Sendoa que se ofrecía de manera constante para aparecer por aquí y por allá, pero siempre generando sensación de peligro. Ante un Eibar completamente replegado y con sus once futbolistas retrasados en terreno propio, el cuadro albiazul se hizo con el control del balón y lo sobó a su antojo, aunque sin llegar a encontrar profundidad en sus internadas por las bandas, sobre todo una derecha en la que Guzmán no fue capaz de superar las ayudas que recibía Yuri, a veces incluso de dos compañeros, para, con éxito, tratar de contenerle. Fue Sendoa, con su movilidad entre líneas, el que generó las acciones más relevantes, con un par de disparos que pusieron en aprietos a Xabi, a la vez que el equipo apenas sufría en defensa ante un oponente completamente replegado y sin apenas ganas de abandonar sus seguros dominios.
A partir de la media hora de juego buscaron estirarse los armeros, con un par de remates en cabeza de Arroyo y en botas de Arruabarrena que inquietaron un poco a los alavesistas. Justo en ese momento decidió Natxo González variar tácticamente de nuevo hacia un 4-3-3 que reforzaba aún más el centro del campo, ubicando a Sendoa junto a Jaume y Beobide y desplazando a Laborda de la punta a la izquierda.
Con las tablas en presidencia al paso por los vestuarios, el correr de las manecillas del reloj propiciaba que el conservadurismo fuese ganando la partida a unos riesgos que ya de por sí habían sido mínimos en el período inicial. Ganar suponía un premio enorme, pero lo verdaderamente importante dentro de los objetivos de ambos contendientes era no perder.
Pese a ello, y también siendo el menos necesitado de los dos, fue el Alavés el que puso sobre el césped los más convincentes argumentos para llevarse la victoria, de nuevo, en un tramo final en el que quemó naves en busca de tres puntos que sabía definitivos. Mientras las incorporaciones del Eibar eran escasas y de poco trabajo para Crespo, a pesar de sus enormes problemas para sacar el balón jugado por su nula creatividad en el centro del campo los albiazules se dedicaron a buscar permanentemente la figura de un Viguera que comenzó a crecer en busca de desequilibrios. El chispazo definitivo llegó con la entrada en el campo de un Juanma que volvió a demostrar que estaba desperdiciado en el banquillo. A base de fuerza, a lo bruto, el valenciano se llevó un balón por la banda que centró a un Laborda de nuevo correoso en el área. Cesión atrás para la aparición de un genio, de un futbolista diferencial que hace fácil lo difícil. Un regate corto para sentar a un defensa y descolocar al portero y disparo raso y flojo. A los 81 minutos Mendizorroza estallaba de alegría. El gozo por haber ejecutado al ogro eibarrés. La satisfacción de haber eliminado a un rival directo. La sensación de haber dado un paso de gigante, aunque aún no definitivo, en el camino de retorno a Segunda División.