Eibar. Que el Eibar se cruce en el camino del Deportivo Alavés casi siempre es sinónimo de mal fario. Innumerables son los episodios que recoge el pasado en los que el cuadro armero se ha convertido en ese invitado que amarga las fiestas albiazules y el duelo de ayer no fue una excepción. Si hay un campo maldito y un rival odioso para el alavesismo, sin duda esos son Ipurua y el Eibar. Una piedra siempre en el camino con la que El Glorioso tiene la insana costumbre de tropezar casi siempre. Con unos o con otros. Marchando bien o mal en la clasificación. Jugando de fábula o haciéndolo de pena. Lo cierto es que, por hache o por be, el cuadro armero acostumbra a ser casi siempre el ganador, y no pocas veces por K. O., cuando se celebra este derbi al que tanta ojeriza, vistos los resultados, se tiene desde Vitoria. La de ayer fue una muestra más de este extenso repertorio, ya que ni siquiera el mejor Alavés de los últimos tiempos pudo evadirse a esa maldición de Ipurua que parece perseguir al club y que volvió a hacerse patente por culpa de tres errores defensivos impropios de este equipo que, precisamente, destaca por su seriedad.
De salida, Natxo González apostó por el asimetrismo para romper su habitual 4-2-3-1 y convertirlo prácticamente en un 5-3-2 a la hora de defender. Consciente de que la principal fuerza eibarresa se asienta en la poderosa banda izquierda formada por Yuri y Arroyo, el técnico vitoriano dejó arriba a Guzmán para evitar dentro de lo posible las salidas del lateral. Defensivamente, de esa parcela del campo se ocupaba Beobide, mientras que Jaume quedaba más retrasado, llegando a incrustarse incluso en la línea de centrales para propiciar las salidas al corte de Luciano y Javi Hernández.
Taponada por completo la posibilidad de atacar por la izquierda, el Eibar se vio obligado a salir por la derecha. Y no es lo mismo por mucho que Roldán le ganase en algunas acciones la partida a un Manu García que contó con el buen apoyo de Sendoa y al que posteriormente le enviaron a Beobide para taponar cualquier atisbo de vía de agua en dicha zona.
Se convirtió el partido en un auténtico duelo de dos estilos bien diferenciados. Por una parte, el juego rápido y directo de los locales, buscando las bandas y los centros al área. Por otra, la pausa y el balón al pie de los alavesista en busca de los dos genios, Jonan y Sendoa, para su definición entre líneas con el pase definitivo. Choque de caracteres bien diferenciados que en la primera parte se saldó con tablas, ya que ninguno generó mucho peligro más allá de las jugadas a balón parado, con Arroyo como fino ejecutor armero y Sendoa en el mismo papel en los albiazules. Varios sustos, pero ningún remate claro por parte de los contendientes.
un desastre tras otro La segunda parte comenzó con el mismo guión de seriedad que el cuadro albiazul había marcado en su juego, pero cuando parecía que iba a asestar el mazazo definitivo a un Eibar que cada vez encontraba más dificultades para superar el entramado defensivo alavesista, una concatenación de errores garrafales propició que el partido se resolviese con goleada armera en apenas once minutos.
En los poco más de seiscientos segundos que fueron del minuto 63 al 74, el equipo de Natxo González cometió más fallos que en el resto de partidos disputados hasta ahora juntos. La primera aparición de Yuri, con un duro centro cerrado, propició un error de un Miguel incapaz de atajar el esférico, de lo que se aprovechó Diego Jiménez para marcar. Tres minutos después, un nuevo fallo del riojano, esta vez en un cabezazo de Añibarro, le permitía a Arruabarrena marcar a placer. Para completar su tarde negra, el guardameta albiazul veía la tarjeta roja poco después y en su primera acción Iturrioz, con otro fallo de Javi Hernández, recibía el tercer tanto, obra en esta ocasión de Abaroa. El partido quedaba muerto por culpa de esta concatenación de graves errores, aunque el Alavés al menos pudo marcar su gol -que nunca se sabe para qué puede valer- al final por mediación de Manu García. Nulo consuelo dentro de una debacle que ha de ser meramente circunstancial.