Vitoria. El triste deambular del Deportivo Alavés por su tercera temporada en la Segunda División B se sigue alargando de manera completamente innecesaria porque todo este devenir lleva el camino de acabar el próximo domingo con la redacción de la crónica de una muerte anunciada. El equipo que dirige José Carlos Granero había demostrado ya en muchas ocasiones con anterioridad que no da para más de lo que se ve y ayer escribió un nuevo capítulo en este particular libro. Que en los partidos decisivos de la temporada no haya sido capaz de sumar ni una sola victoria es una buena muestra de que no hay más cera que la que arde por mucho que las matemáticas, fieles compañeras de este equipo, se empeñen en mantener al Glorioso vivo a través de una respiración tan artificial como inútil que quedará desconectada de manera definitiva el próximo domingo. Eso si no media un doble milagro -tanto lo es que el Amorebieta pierda como que este Alavés gane- que sirva, parafraseando a Granero, para seguir estirando el chicle.

Ya con su salida al campo le quitó el equipo el ánimo a toda la afición. El pasillo con que se rindieron honores al Mirandés por el liderato del grupo se extendió durante muchos minutos sobre el césped, donde la defensa albiazul desplegó una auténtica alfombra roja por la que el visitante se movió a sus anchas e, incluso, llegó a dar la sensación de no querer hacer más sangre de la estrictamente necesaria.

Pese a ello, hay regalos que no se pueden desaprovechar. Ni a Fernando VII se las ponían así. En apenas seis minutos de juego se encontró Pablo Infante -se ve que la zaga albiazul no le conoce todavía- con un pasillo por la banda que parecía una autovía. Estas carreteras siguen aún libres de peaje y así se encontró el camino el archiconocido banquero. Un regate, otro, amago hacia fuera y recorte hacia el centro. Derechazo a la base del palo. Gol. Sota, caballo y rey, pero este Alavés parece que ni se sienta a estudiarse los partidos.

Si todo estaba ya cuesta arriba, el propio cuadro albiazul se encargó de meterse por un camino todavía más espinoso. Y gracias, porque de sus constantes errores atrás no acabó sacando más partido un Mirandés que seguía a la suyo sin necesidad de poner las calderas a funcionar a tope. Por eso pudo el conjunto vitoriano estirarse, casi siempre con más ganas e ímpetu que acierto, hasta lograr el empate.

Fue, casi como no podía ser de otra manera, en un saque de esquina. El ingenio de Geni para bajar un balón al suelo y cederlo a la llegada de Palazuelos, cuyo remate se coló incluso tropezando en Nauzet y con la posible ayuda final de Casares, sirvió para reavivar los ánimos.

Pero la alegría en casa del pobre dura lo justo, y este Glorioso es inope. Ni diez minutos necesitó el Mirandés para, casi sin quererlo, ponerse de nuevo por delante al aprovechar Mujika un nuevo fallo colectivo de la defensa, incapaz de coordinar sus pasos para tirar la línea del fuera de juego.

El tortazo definitivo llegó en el arranque de la segunda parte con la noticia del gol del Amorebieta en Urritxe. Durante casi media hora estuvo deambulando como un zombi el Alavés por el césped de un Mendizorroza que cada vez parecía más un funeral. La temporada tocaba a su fin y ni siquiera parecía el equipo capaz de rescatar uno de esos golpes de casta que más de un punto le han permitido recuperar este curso. Llegó ese momento de inspiración en un saque de esquina en el que Jito volvió a sacar a pasear ese instinto goleador del que carecen muchos de sus compañeros. Casi al mismo tiempo empataba el Logroñés. Esperanza otra vez, pero vana porque en los veinte minutos que le quedaban por delante demostró este Glorioso que no da para mucho más, que ha llegado hasta donde ha llegado más por deméritos ajenos que por méritos propios y que todo lo que sea acceder a la cuarta plaza sería uno de los milagros más grandes que se han dado en la historia del fútbol.