Ponferrada. El Deportivo Alavés mantiene un mínimo de esperanza porque las matemáticas no dicen todavía lo contrario. Existe pulso, por ligero que sea, pero a cada jornada que pasa la vida de este equipo se vuelve cada vez más artificial. Su manifiesta incapacidad para imponerse a los rivales con un mínimo de entidad y su persistencia en los insuficientes empates no acaban por matarle, pero a cada segundo que pasa le acercan cada vez más al deceso. El monitor de constantes vitales de este Glorioso sigue emitiendo pitidos alternativamente, pero amenaza con parada cardíaca inminente.
La descomunal artillería ofensiva de la Ponferradina puso en jaque al cuadro albiazul en apenas treinta segundos con una ocasión clamorosa que evidenció el peligro que tiene el cuadro de Claudio en ataque. Pocos clubes en la categoría pueden presumir de una vanguardia del potencial que tiene la berciana y el Alavés pudo salvar esos primeros minutos de apuro sin ver su meta perforada. Tras esa zozobra inicial, llegó el momento para asentar las bases del crecimiento.
Si ya contra el Salamanca se vio al Alavés manejar el balón con soltura y fluidez, ayer en El Toralín el conjunto vitoriano disfrutó con la posesión del esférico. Ha habido que esperar casi hasta el final de la temporada, pero por fin el equipo de Granero ha demostrado que el elemento fundamental del juego es un objeto al que es capaz de tratar con cariño e inteligencia.
Se hizo El Glorioso dominador del centro del campo con la presencia en esa zona de Indiano y Palazuelos, quienes llevaron a la perfección el peso del juego dentro del 4-3-3 dispuesto por el preparador valenciano, y se buscaron los balones en profundidad y las aperturas del juego por las bandas, perfectamente apoyadas por las incorporaciones desde atrás de los dos mencionados centrocampistas.
En una de estas acciones combinativas que bien pudo haber acabado en gol de no haber existido fuera de juego de Casares, el colegiado aplicó a la perfección el reglamento para castigar una falta sobre Geni anterior a su último pase. Zona perfecta. En la frontal y sobre la media luna del área. Zapatazo raso y ajustado al palo del portero de Salcedo. Premio gordo.
Lejos de desentenderse del balón y del buen juego realizado hasta ese minuto 20, el Alavés continuó insistiendo con las excelentes maneras mostradas y su presencia en zonas de peligro que convirtió en una constante, llegando a anular por completo el peligro de la Ponferradina hasta los últimos minutos de la primera parte, donde sobre todo a través de Yuri el equipo de Claudio volvió a exhibir su peligro. Sin acierto, eso sí, lo mismo que le faltó en ese tramo a un cuadro albiazul que incluso tuvo un remate al palo en la cabeza de Palazuelos.
Debió olvidar a su paso por los vestuarios el equipo de Granero lo mucho bueno hecho en el partido hasta ese momento porque de repente cambió por completo el guión que le había servido para dominar el partido. Volvió a recordar demasiado el Alavés a sí mismo, cediendo balón y metros a un rival de lo más peligroso que comenzó a vivir de manera permanente en el entorno de Rangel.
Las ocasiones de la Ponferradina se fueron repitiendo con un intervalo de tiempo cada vez menor y llegó un momento que el gol era ya una cuestión de tiempo. Lo contrario, vista la catarata de ocasiones erradas, hubiese sido casi milagroso. Los rezos a San Prudencio y el ramo de flores azules y blancas que algún impenitente alavesista depositó a los pies de su figura no bastaron. Es lo que tiene jugar con el fuego.
El empate de Acorán tras sensacional jugada, poco después de que Moya tuviese el empate en su cabeza, fue el lógico castigo para un equipo incapaz de mantener el tono durante noventa minutos y que se mantiene con vida de manera artificial a pesar de que hace mucho tiempo que cerró definitivamente los ojos esta temporada.