Vitoria. Es el fútbol un deporte bastante curioso. Se ha hartado el Deportivo Alavés de ser protagonista principal de múltiples partidos esperpénticos a lo largo de la presente temporada. Ha hecho el ridículo aquí y allá. Se ha cansado de desaprovechar oportunidades realizando actuaciones lamentables ante oponentes que ni siquiera le llegaban a la suela de las botas. Por una parte y por otra ha ido perdiendo toda una riada de puntos que le han dejado en la crítica situación en la que se encuentra en estos momentos. Por deméritos propios está a punto de firmar El Glorioso un curso de suspenso. Pues bien, aún con todos esos precedentes, el baloncito no quiso ayer hacerle justicia a este equipo en el que sin lugar a dudas fue uno de sus mejores partidos de la temporada. Manejó el esférico, tuvo profundidad por las bandas, acogotó al rival, se presentó en repetidas ocasiones en el área con peligro y hasta marcó un par de goles. Pues todo eso fue insuficiente. En un deporte cruel como este lo que vale es meter el balón entre los tres palos y el Salamanca lo hizo en sus dos únicos remates a puerta. Más que suficiente para desarbolar a un Alavés que no supo candar el resultado favorable que le mantenía aferrado con uñas y dientes a la cuarta plaza y que queda ahora en manos de un milagro, tan poco probable como todos los milagros, para alcanzar los puestos de play off.

Se hizo el cuadro albiazul con el dominio del balón casi desde el comienzo y de las conexiones entre Sendoa y Meza Colli consiguió emitir señales de peligro. Cada internada se dibujaba peligrosa a pesar de la ausencia de remates o de la deficiencia de los mismos. Pero al mismo tiempo que el conjunto local encontraba facilidades para sobrepasar a la defensa visitante, el cuadro salmantino demostraba que no es calidad lo que le falta en vanguardia. Las apariciones de Javi Hernández, Lamperereur y De la Nava generaban incertidumbre y en su primera oportunidad el equipo charro conseguía perforar la meta de Alex Sánchez al aprovechar a la perfección una falta lateral botada por Iñaki Muñoz y rematada por José Ángel.

No provocó el gol salmantino un cambio en el guión. Seguía el Alavés, ahora con todavía más necesidad que al principio del partido, buscando profundidad por las bandas, aprovechando a la perfección la endeblez defensiva del rival, pero sin llegar a concretar sus ocasiones ni siquiera con remates peligrosos. Todo hasta que llegó un saque de esquina en el que un toque de cabeza de Quintanilla lo cazó al vuelo Jon Moya en remate acrobático para empatar el partido.

Si hasta ese momento el duelo había tenido fases de discursos cruzados, a partir de ahí se convirtió en un monólogo con los albiazules como únicos protagonistas. El balón se instaló de manera permanente en los alrededores del área de Bernabé. Ni el Alavés salía de allí ni el Salamanca era capaz de sacarle, completamente parapetado alrededor de su guardameta.

Tanta insistencia acabó propiciando el que parecía iba a ser el gol definitivo con una perfecta definición de Jito. Tiene el catalán esa habilidad de depredador en el área que le falta a la mayoría de sus compañeros, que desperdiciaron antes y después unas cuantas claras oportunidades que podían haber sido decisivas. Recuperada la ventaja parecía estar todo hecho, pero en verdad no era así. Le dio al Salamanca por estirarse un poco y no fue el cuadro vitoriano capaz de cerrar el partido, dormir el balón y hacer correr el cronómetro a toda velocidad hasta más allá del minuto 90 para asegurarse el triunfo.

El gol que se inventó De la Nava es digno de ser repetido hasta la saciedad. Aunque no lo sea, queda grabado en la mente del alavesismo como el rejonazo cuasi definitivo. Estocada hasta la bola. Machetazo mortal que corta de cuajo casi todas las opciones alavesistas de disputar el play off de ascenso. Tanto tiempo remando contra la corriente. Tanto sufrimiento en otros tantos partidos lamentables. Y al final, morir en la orilla. Y encima en uno de los partidos más brillantes de la temporada. La crueldad del fútbol, que no siempre premia al que lo merece y que deja al Glorioso a expensas de un milagro improbable.