Lezama. El Deportivo Alavés vivió ayer una de esas situaciones que raramente se dan en el mundo del fútbol, la suspensión de un partido ya iniciado por culpa de las malas condiciones atmosféricas, en este caso una fenomenal tormenta que anegó de agua el césped de las instalaciones de Lezama. Corría el minuto 38 del partido cuando el colegiado riojano Oscar Marín Álvarez y sus asistentes enfilaron el camino de los vestuarios sin consular, ni siquiera esperar, a unos jugadores que tampoco tardaron en echar a correr para resguardarse. Pocos segundos antes un sonoro trueno acabó con una de las torretas de iluminación del recinto. Fue esa la gota que colmó un vaso que ya se encontraba rebosante, ya que el césped, a pesar de su excelente sistema de drenaje, poco podía hacer para achicar el torrente que le caía desde el cielo.
La suspensión fue la lógica consecuencia de una jornada en la que el agua se convirtió en la única protagonista. Si en Vitoria el día estuvo marcado por el líquido elemento, en tierras vizcaínas, y sobre todo en la comarca del Gran Bilbao, la tormenta fue incesante. A ratos llovía mucho y a ratos llovía todavía mucho más. A las 16.00 horas, al inicio del partido, se esperaba un duelo pasado por agua, pero con el transcurso de los minutos la cosa fue empeorando hasta propiciar la citada suspensión.
Pese a la cantidad de agua depositada sobre el césped a lo largo de las últimas horas, lo cierto es que el campo de Lezama presentaba un buen estado al comienzo del partido. Sendoa fue el primero en salir a comprobar que el balón rodaba correctamente a pesar de que se podían ver claramente algunos charcos en zonas muy concretas.
Con el paso de los minutos, y mientras la niebla comenzaba a cubrir los montes colindantes, la lluvia arreciaba cada vez con más fuerza. En esta tesitura, ni siquiera un buen sistema de drenaje era suficiente. Agua, agua y más agua que quedaba ya acumulada sobre un césped incapaz de absorber ni una sola gota más. Así, los charcos que se intuían al principio pronto se convirtieron en auténticas lagunas -sobre todo en el acceso a los vestuarios y en la zona del córner adyacente- que fueron haciendo cada vez más complicado desplazar el balón en condiciones.
Mientras los futbolistas aguantaba estoicamente el chaparrón, haciendo verdaderos equilibrios en ocasiones para mantenerse de pie, los cerca de quinientos aficionados, muchos de ellos procedentes de Vitoria, que en tan desapacible tarde se acercaron hasta Lezama pronto comprobaron que ni siquiera a cubierto se encontraban seguros. La cubierta de la grada Piru Gainza no fue suficiente para evitar que los espectadores se pusieran también a remojo, ya que el agua entraba en todas las direcciones y caía al campo desde la propia tejavana.
Cuando llegó el minuto 38, el fenomenal trueno que culminaba la espectacular tormenta desencadenó la decisión definitiva. En cuanto el colegiado enfiló el camino de los vestuarios quedó claro que el partido no se iba a reanudar. El campo señalaba que era imposible. Ahora ambos clubes tienen que determinar una fecha para disputar los 52 minutos que no se jugaron.